PAPA FRANCISCO. MENSAJE PARA LA 57 JORNADA MUNDIAL POR LA PAZ
Resumen del mensaje (Justicia y Paz)
LECTURAS
- Números 6, 22-27
- Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga
- Gálatas 4, 4-7
- Lucas 2, 16-21
La presentación de Jesús en el templo, "según la ley de Moisés", da cuenta del compromiso creyente de María y José con la fe de Israel, nos muestra que la familia de Nazaret se toma en serio cumplir con su misión de educadora también de la fe, transmisora de la esperanza que Dios suscita en quienes creen en Él. Y el encuentro con los dos ancianos, Simeón y Ana, perseverantes en su fidelidad a las promesas de Dios nos habla de cómo la fe es posible por la solidaridad intergeneracional en la que los mayores son la mejor prenda de los lazos que la familia puede tender entre los distintos estadios del crecimiento humano y creyentes. Pero, cuando la vejez es arrinconada, esa transmisión se interrumpe y, de paso, se pierden también valores fundamentales de compasión y gratitud que debemos para los que, ahora con mayor debilidad, han sido demostración palpable de que todos hemos llegado a ser los que somos porque otros se entregaron generosamente en su tiempo, fuerzas y valores. Puede que debamos ampliar el concepto de familia, tal vez sea necesario abrirnos a nuevas formas de parentesco, paternidad, filiación y hermandad, pero de lo que no cabe duda, es que es urgente cuidar los espacios primigenios de amor y cuidado mutuo, y esos son las familias, en su gran variedad y su común importancia vital para las personas, la sociedad entera y, de manera especial, para la Iglesia.
Con nuestro santo titular, santo Domingo de Guzmán, también adoramos al niño que nació en Belén y murió en Jerusalén para resucitar y resucitarnos a una nueva humanidad, la que mejor pueda dar cuenta de nuestra semejanza con Dios. Con María y José acogemos con ternura la fragilidad de los pobres, enfermos y personas que se sienten solas o andan maltrechas de autoestima, heridas por algún daño que las rompe por dentro. Con la mula y el buey, con toda la Creación nos queremos comprometar con el cuidado de la casa común. Con los ángeles del cielo, con los pastores y los magos de oriente, alabamos a Dios que nos ha hecho iguales en dignidad y diferentes por nuestras culturas, formas de pensar y distinta personalidad. Feliz Navidad.
Esto de que la palabra se haga carne, el mensaje se convierta en historia real y compartida, y Dios se haga hombre, nos invita a los que meditamos este misterio y queremos iluminar con él nuestras vidas a asumir el gran reto de la concreción, el gran compromiso de los hechos y las acciones. El nacimiento de Jesucristo y la historia de amor y entrega a que dará lugar, sugiere al cristiano que lo contempla el esfuerzo permanente por llevar a los calendarios y agendas iniciativas de servicio y transformación de las causas de la pobreza, la injusticia y la exclusión. La Encarnación de lo divino que se hace visible en la Navidad y la misión de Cristo es una seria llamada a la toma de decisiones, movilizando nuestra generosidad, sacudiendo perezas y excusas, para dejarnos llevar por el mismo Espíritu que se encarnó de María para hacer posible lo imposible, para apoyaarnos en su fuerza y su creatividad. Será en la acogida del otro, sobre todo cuando más necesitado está, en la comunion de bienes, tiempo y cualidades para poner en marcha propuestas de empleo, socorro, vivienda, acompañamiento, cuando lo que creemos se hará realidad y el Dios del cielo estará también en la concreción palpable de cada persona. La Navidad que celebramos con fe es la hora de la decisión, ha llegado el momento de hacer algo, Dios ya lo ha hecho y ha saltado la inmensa distancia entre lo divino y lo humano para que nosotros demos el paso que supere la distancia entre el hermano y el hermano. Feliz Navidad.
Celebrar es convertir la alegría por la misericordia de Dios en reunión, gesto y acontecimiento. Cuando celebramos, lo que sentimos lo experimentamos; lo que creemos se cumple; lo que esperamos se adelanta. Y con el IV domingo de Adviento celebramos que la vida de Jesús, su misión y los frutos de su Pascua liberadora, que fueron anunciados a María, son realidad en nuestras vidas y la vida de la Iglesia. Ya sabemos, como también lo sabía la virgen de Nazaret, que son muchas las dificultades para que las expectativas de vida plena, paz y fraternidad se abran paso en nuestro mundo. También con María, se turba nuestro corazón por la fragilidad que sentimos para colaborar con Dios en sus planes de salvación. Pero, irrumpe el Espíritu donde le fe le deja un hueco, y nos cambia, nos fortalece e impulsa al compromiso y la fidelidad. Celebramos que la gracia, si le facilitamos su propio espacio con nuestra confianza y disponibilidad, hará posiblo lo que parece imposible. Por lo pronto, salgamos del individualismo, rompampos con la incredulidad y el pesimismo para celebrar unidos la tenacidad de Dios para lograr, contra todo pronóstico, que su gloria nos eleva y su amor nos hermana.
"Estad siempre alegres" nos dice San Pablo. Y nos lo dice porque él sabe por experiencia propia que quien se ha encontrado con el Señor Jesús, quien ha creído que Jesús es el Señor, ha descubierto el sentido de la historia, la razón de ser de la vida de cada persona y de toda la humanidad. Lo sabían también los profetas, que Dios tiene una buena nueva para los que peor lo pasan, una feliz noticia de esperanza para los que la perdieron. Lo supo también el Bautista, que ya estaba con nosotros el que cumple las profecías y hace realidad los deseos de Dios: hacernos llegar todo su amor restaurador, vivificante y sanador. Cada cristiano es en medio del mundo esa voz que grita la plenitud de vida que Dios nos quiere dar. Por eso estamos alegres, porque tenemos esperanza, pero también memoria de cuánto bien nos ha hecho Dios a lo largo de nuestra vida. Y por eso actuamos y nos compromentemos, porque amar, servir y perdonar no es absurdo ni frustrante, por más que suponga dificultades y contradicciones, aunque sea incómodo y a veces nos dé pereza. Alegres de ser y hacer Iglesia, no porque ella sea perfecta, sino porque en sus miebros resuena el anuncio gozoso de que en medio de nosotros hay uno que trae motivos para la esperanza, razones para el compromiso, fuerza para creer, hechos con los que animarnos y estimularnos en la perseverancia de la oración y la caridad.
El mensaje de Jesús, como antes el del Bautista y, mucho antes, otros profetas de Israel, incluye una expectativa de futuro. Aunque los profetas, y también Jesús de Nazaret, parten de la mirada al presente, "mirando a la multitud subió al monte y empezó a enseñarles...", su profunda identificación con el proyecto de Dios para toda la humanidad, rebasa los límites del tiempo y se abren a la posibilidad de una realidad plena que supere tantas limitaciones y carencias, que responda a tantos sufrimientos e injusticias. Pero ese anuncio escatológico, con el que Jesús y los profetas de todos los tiempos, otean una salida de vida y sentido para tanta desdicha y desesperación, nos devuelve al presente y se convierte en demanda urgente de un compromiso personal y comunitario por acercar el cumplimiento de las promesas y abrir espacios de transformación y dicha en el aquí y el ahora. Por ese puente que es el Evangelio, entre la realidad actual y el cumplimiento definitivo hemos de transitar los cristianos para sumar nuestros esfuerzos a la dirección que marca el anuncio de Jesús: justicia, solidaridad y mucha, mucha ternura y compasión.
Creer en los talentos, reconocerlos y saborearlos exige creer también en nuestra posibilidad de crecer y aprender, así como en el riesgo de marchitarnos y menguar. La autoestima es necesaria para poder descubrir los dones recibidos, agradecerlos a Dios y corresponderle debidamente con el esfuerzo permantene por hacer de nuestras cualidades y recursos otras tantas maravillosas ocasiones de servicio y entrega. No es poco seria, no, la advertencia de Jesús y aunque no debiera infundirnos miedo, sí que hemos de tomárnosla en serio: también existe la alternativa de cerrarnos sobre nosotros mismos, pensar que no servimos para nada o carecer de la generosidad necesaria para invertir lo que somos, sabemos y tenemos en amar, en ayudar y acompañar. Porque si así fuera, como cántaros rotos, al igual que graneros vacíos, nuestra riqueza personal sería absurda, estéril, inservible. Los caminos están abiertos, cosa nuestra es recorrer el que lleva al desarrollo, la conversión y la maduración de nuestras vidas con el propósito de ser, como Jesús lo fe, personas para los demás, tesoros por compartir, talentos para repartir.
No sabemos el día ni la hora porque cualquier día y a cualquier hora pasa el Señor por nuestra puerta, porque en todo tiempo recibimos de parte de Dios la invitación a participar de ese banquete universal que es su propuesta de fraternidad. Siempre es momento propicio para reconocer la llamada del Señor y reconocerle en el prójimo, especialmente en el que más débil o necesitado se encuentra, en el que más requiere de nuestra atención y solicitud. Por eso velaremos de día y de noche, en la calle y en el trabajo, en la Iglesia y fuera de ella, para estar dispuestos a servir y socorrer al hermano. Porque esa es la gran sabiduría que nos ofrece el Evangelio, que nos enseña el maestro de misericordia y solidaridad permanentes, el Maestro de Nazaret. Lo necio sería estar a otra cosa, a lo nuestro desconectados de los lazos que nos hermanan, de la responsabilidad que tenemos con el prójimo. Y sería necio el egoísmo y el aislamiento, porque nos impediría vivir la gran baza de la compasión que nos humaniza y nos salva de ahogarnos en nosotros mismos. Velaremos y tendremos las lámparas de la esperanza bien dispuestas, y los candiles de la disponibilidad a punto para aprovechar la ocasión de amar y servir.
La fe en el modelo de humanidad que Jesús nos propone en el Evangelio, con su predicación y el testimonio coherente de su vida entregada, es también un itinerario de pleno desarrollo personal, que puede generar en quienes lo vivan, un equilibrio, madurez y satisfacción vital propios de quien ha encontrado una meta hacia la que caminar y un acompañante para ayudarte a alcanzarla. Por exigentes que sean los preceptos de Jesús (coherencia ética, amabilidad, humildad) los frutos que reportan bien vale el esfuerzo para lograrlos.
No se trata sólo de coherencia ética, sino de la autenticidad personal que se logra siendo quien uno es sin pretender vivir de apariencias; no se trata sólo de bondad, sino de la amabilidad que cuida el trato con el otro porque en ello nos va la humanidad de nuestras relaciones; no se trata sólo de humildad, sino de vivir la verdad, "andar en verdad" que diría santa Teresa de Jesús, la verdad por la que él otro siempre merecerá tu respeto y por la que todo tipo de altivez, clasismo y petulancia nos falsean, nos niegan y malogran la común aspiración de realizar plenamente nuestras vidas. Hay mucha "inteligencia emocional", mucha salud mental en el ideal que Jesús nos propone y, si bien, para desarrollar ese ideal hemos de empeñar coherencia ética, amabilidad y humildad, con ellas conseguiremos también ser nosotros mismos, unificar nuestra personalidad, darle hondura y serenidad. No son pocos frutos, no, los que promete el Reino de Dios y por los que merece la pena esforzarnos sin descanso... y, además de todo ello, vida eterna.
Es tanto el sufrimiento que soportan las personas afligidas por una catástrofe, la violencia de la guerra, una enfermedad dolorosa, la pérdida de los seres queridos, la soledad o la pérdida del sentido de la vida...; es tan pesada la carga que cae sobre algunos hombros, sobre los hombros de tantas personas...; es tan profundo el agujero que se abre en el alma si las víctimas de tanto dolor no tienen otra salida que aguantar, porque no existe más vida, ni mejor vida, ni vida deseable fuera de la atropellada por el mal y el sufrimiento... Pero, no, no es así, Dios no puede ni quiere que esa sea la última realidad, que todo desemboque en un callejón sin salida, para eso esté Él y su infinita misericordia, pera prometer y realizar la bieneventuranza definitiva. Amén Jesús, Maranatá.
Entre todas las desgracias y los males sin cuento, a pesar de toda la violencia y la muerte que generan el odio, el egoísmo y los intereses de un tipo u otro, hay una inmensa bondad que se abre paso y permite florecer lo mejor de la humanidad: la compasión, la solidaridad, el servicio, la reconciliación. Y a través de esa bondad fluye la gracia divina, la única que a veces puede sostenernos ante el abismo del sin sentido y la desolación. Y esa gracia del Dios que comparte en Jesucristo nuestras cruces y nuestras heridas, nos permite levantarnos, superarnos y hacer real el milagro de la solidaridad y el servicio desinteresado. Esa es la verdad que atravesando los siglos y tanta muerte nos traen todos los santos, toda la santidad acumulada por anónimos o reconocidos hérores de la ternura y la compasión.
Sí, hemos de reconocer que sólo Dios es Dios, pero que, por eso mismo, tenemos serias responsabilidades para con la sociedad de la que formamos parte, los cristianos debemos comprometernos para que el amor que Dios y al que Dios nos remite, se concrete donde más falta hace, donde la humanidad corre peligro y la dignidad de las personas se ve pisoteada. Nuestro amor, para ser real y estar a la altura del mandato divino, debe ser también un amor político, una fraternidad económica, una caridad social. Decía el papa Benedicto XVI que la política era una forma de caridad, pues ejerzámosla más allá del voto y las terturlias, con nuestra participación en cuantas iniciativas estén a nuestro alcance para mejorar la vida de las personas.
Los cristianos, por mandato fundacional de nuestro maestro y Señor, Jesús de Nazaret, no nos desentendemos ni nos aislamos del mundo, de la vida social económica, política y culturas de nuestros prespectivos países y de la humanidad en su conjunto. Precisamente Porque sabemos que sólo Dios es Dios, que sólo El es absoluto, no absolutizamos las mediaciones políticas, económicas y culturales, pero tampoco las despreciamos ni nos abstenemos de nuestra responsabilidad como parte de la sociedad. Es más, por nuestra fe en que nada más que a Dios le debemos la adoración y la obediencia más plena, nos comprometemos con Él en su proyecto de vida en abundancia para todos, proyecto que pasa por los programas, los objetivos, las iniciativas y los esfuerzos del trabajo, la justicia y la educación. Y así, con una profunda libertad, sin pletesías al poder, pero con suma disponibilidad para contribuir al bien común, al César le daremos los impuestos, nuestra sincera lealtad para con los valores de la democracia, el estado de derecho y la justicia distibutiva... pero, a Dios le rendimos nuestras vidas, nuestras esperanzas y toda nuestra fe en su amor infinito, el mismo que nos arraiga firmemente en el amor al prójimo.
Dios se empeña en vencer nuestros exclusivismos y rechazos del otro, apostando por la invitación de toda la humanidad a participar del banquete, la fiesta y la acogida de la fraternidad. Cuando, además de los conflictos activos por todo el mundo, se recrudece de nuevo la guerra permanente en Tierra Santa, en el oriente herido mil veces, el Evangelio de Mateo, con su insistencia en la apertura universal del amor de Dios expresado en el mensaje de Jesús, vuelve a llamar nuestras conciencias y a despertar la esperanza de que superemos nuestras discordias y seamos capaces de la convivencia pacífica, la que nace del respeto a la justicia, pero que también necesita grandes dosis de comprensión y solidaridad para cooperar por un mundo en paz.
La imagen de la viña expresaba el amor de Dios por su pueblo y la lógica expectativa por su parte de que correspondamos a su iniciativa gratuita de misericordia con los frutos laboriosos de la justicia, el amor y la fraternidad. El banquete preparado por un padre amoroso que quiere compartir con todos su gozo y deseo de bien, resume el para qué de la Creación, el por qué de la redención, el sentido de todas las Escrituras, la misión de la Iglesia y el destino de toda la humanidad: que experimentemos la inmensa misericordia de Dios. Claro está que la generosidd del que a todos nos invita, no nos exime de la necesaria responsabilidad y el esfuerzo por estar a la altura de ese don por medio de nuestra permanente conversión. Pero, mientras unos se matan, otros lo consienten y todos nos sentimos impotentes ante las lógicas implacables de la economía, la geo - política y la cultura de la indiferencia, la ternura del Dios que sale a los caminos de la historia para ofrecernos su generosa acogida en su seno nos motiva para creer en su plan de salvación y trabajar por acercarlo al presente trabajando por la paz y la justicia, por el cuidado de la casa común y la convivencia fraternal entre todos los pueblos de la tierra, también en Tierra Santa.
Hay que podarlas, cavarlas, regarlas, guiarlas, vendimiarlas... y seguir haciéndolo año tras año. Si Dios nos cuida como a su viña querida, qué menos podemos hacer nosotros que aprovechar esos desvelos amorosos, crecer gracias a ellos y convertirlos en libre y generosa motivación para adherirnos a su voluntad y guiarnos por su Palabra hecha carne, Jesús de Nazaret. Nos hacemos eco, como de un nuevo cuidado de Dios para con su viña querida de la publicación por parte del papa Franciso de la Exhortación Apostólica "Laudate Deum" sobre el cuidad de la casa común, la inquietud ecológica y la alabanza a Dios creador.
La primera intérprete de la Biblia es la Biblia misma, sus libros, sus historias y enseñanzas están en diálogo interno entre ellas, porque todas ellas están escritas y transmitidas con la misma clave: la voluntad de Dios de entrar en comunicación con nosotros y entablar una sólida relación de amistad. Hoy, en el evangelio, Jesús se hace eco de una vieja parábola con una imagen muy querida para las Sagradas Escrituras: la viña del Señor, que como dice el salmo 79, es casa de Israel, es el Pueblo de Dios. Tanto en Isaías, como en el Salmo 79 y también en Mateo, la viña es algo querido, muy trabajado y protegido, pero que genera la gran insatisfacción de no corresponder con sus frutos a la dedicación y esfuerzos del que ama y cuida esa viña. Concretamente la expulsión y asesinato de los profetas, y del propio Jesús, muestra la ingratitud y el fiasco que aquella porción amada por Yahvé genera con su cerrazón a la conversión, a la firme vinculación con los planes de Dios.
Solo si somos conscientes de con cuánto mimo y perserverancia, Dios nos busca, nos espera y nos atiende, estaremos en condiciones de calcular la injusta desproporción que hay entre su solícita apuesta por nosotros y nuestras pobres respuestas, cuando no son desplantes descarados del que se siente sobrado y deconoce su propia condición menesterosa, carencial y necesitada. Por eso, el mejor motor o motivación para la conversión del corazón, para volver nuestros rostros a Dios, es la contemplación y reconocimiento de esos cuidados que Dios nos brinda. Puede que sea la gratitud la actitud espiritual que mejor puede remover nuestra indiferencia y autocomplacencia para con Dios, así como generar en nostros la debida y juste reciprocidad con el hermano. Cuando brote de nuestras almas la alabanza agradecida con el que nos ha cultivado con tanto empeño y esmero, estaremos en condiciones de dar frutos y aprovechar el mayor de los cuidados que Dios nos ha brindado: Jesucristo, el viñador entregado que hace fecunda la viña del Señor.
Esta es una de las 13 parábolas exclusivas de Mateo. Y no es de extrañar, pues cuadra muy bien con dos constantes de su evangelio: la crítica al rechazo de Jesús por parte de la religión oficial judía; y la insistencia de Jesús en apuntar hacia la coherencia de vida como verdadero cumplimiento de la Ley. Pero, al proponernos que, consecuentes, unamos lo que pensamos y lo que hacemos, lo que creemos y lo que vivimos, el Jesus de Mateo nos pone ante el inmenso y exigente reto de hacer de nuestra vida la verdadera respuesta a Dios, el auténtico culto en espíritu y verdad, que diría Juan (4,23) Cumplir con nuestros propios principios (que si son los de Jesús están todos bajo el imperio del principio de la misericordia), responder ante nuestra conciencia, unificar en nuestro comportamiento nuestros ideales y el estilo de vida... es es el campo abierto de la existencia cristiana guiada por la rectitud de conciencia y la trasparencia de nuestra responsabilidad. Algo parecido a lo que decía el famoso título del obispo J. A. T. Robinson: "Honestos para con Dios". Lo contrario, es apariencia, existencia virtual, juego de sombras, mascarada.
Es cuestión de expectativas, de proyecto de vida. Podemos quedarnos en la exigua ganancia que supone cobrar nuestros derechos, recibir lo exigido, vivir para nosotros y morir para nosotros... o, con una sana y necesaria voluntad de esperar el máximo también podemos darnos del todo, poner el corazón en lo que hacemos y hacer de cada encuentro, de cada diálogo y empeño solidario nuestro máximo éxito, la mayor recompensa. Si nos proponemos como meta de nuestras vidas compartir con Dios su misericordiosa amplitud de miras y disponibilidad, habremos logrado ese "jornal de gloria" para el que no hay "salario grande", porque en su misma ternura y solidaridad halla el máximo de sentido, la completa realización vital y el cumplimiento pleno de nuestras vidas, pues estaríamos sintiendo con y como Dios siente amor acogedor, perdón gratuito, confianza sin límites.
El pasado 2022, los trasplantes en España (5.383 trasplantes) supusieron el 24% del total de la Unión Europea y el 5% de los realizados en todo el mundo (157.540), un feliz y generoso record que lleva al quirófano la máxima de Pablo en Rm 14, 7-9: "Nadie vive para sí mismo, ni muere para sí mismo". El Señor Jesús predicó un ideal de humanidad, que se reconoce criatura, hija de Dios y, por eso mismo, se encuentra inextricablemente unida al resto, enlazada por la fraternidad.
El perdón, como el amor al enemigo, o la caridad incondicionada con el pobre, o la invitación a servir al hermano, son los rasgos de una nueva humanidad. Nueva y exigente, pero tal vez la única que puede hacer posible superar el odio, evitar las guerras y la injusticia. Esa nueva humanidad no puede imponerse por la fuerza, ni siquiera la fuerza de la razón; porque la humanidad de corazón, alma e inteligencia, no se aprende de manera teórica, sino que se debe experimentar. Lo que Jesús nos trae de parte de Dios Padre es la experiencia de que si nos hallamos como hijos de Dios, nos reconoceremos como hermanos y, solo entonces, podremos desarrollar, a pesar de su extrema dificultad, las actitudes bondadosas y altruistas de la nueva humanidad. Pero, es muy difícil llegar a ese ideal sin haberlo vivido en propia carne, sin haber sido uno el objeto del amor, el perdón y la solidaridad compasiva: "Tanto amó Dios al mundo, que lo amó hasta el extremo, entregándole su propio hijo" (Jn 3, 16; 13, 1). Que la fe en Jesucristo nos ayuda a sentirnos amados hasta tal grado que nos predisponga a amar a nuestros hermanos
Ponernos de acuerdo, nada menos. Orar, celebrar y comprometernos juntos por la causa de Dios, ahí es nada. Pero Jesús nos invita a encontrar los lazos poderosos que nos unen y que vienen desde la Creación y van más allá de los dimes y diretes, de las discrepancias y las polarizaciones. Son los lazos de la fraternidad, por la que todos nos reconocemos hijos de Dios, por la que todos experimentamos nuetras fragilidad y la necesidad que tenemos los unos de los otros. Por eso Jesús creía en la comunidad y propone a su discipulado que construyan una experiencia comunitaria que pueda ser, en medio del mundo, indicio de esperanza en la posibilidad de la paz, la cooperación y el diálogo. Empecemos por el primer paso, que lo hemos de dar con los más próximos, en casa, con los vecinos y con nuestros hermanos de fe. Pero vayamos más allá y evitemos las exclusiones que enfrentan, los prejuicios que matan la igualdad, la indiferencia que nos aisla. Si Jesús está en medio de los que se unen en su nombre, también lo estará allí donde se trabaja decididamente por una humanidad reconciliada, hermanada.