DOMINGO 3 DE DICIEMBRE: I DE ADVIENTO

El Dios de las profecías es el Dios que garantiza un futuro por el que merece la pena trabajar y transformar el presente, un futuro que nos exige velar y estar despiertos para captar esas expectivas de plenitud, de vida en abundancia, de salvación.

LECTURAS

  • Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
  • Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
  • I Corintios 1, 3-9
  • Marcos 13, 33-37
Velad, como quien vive en verdad y no está sólo aparentemente vivo pero interiormente adormecido, emocionalmente indiferente. Vela como quien sabe que su casa necesita un cuidado y un disfrute que la haga habitable. Velad como quien tiene esperanza y sabe que todo no ha pasado, que es mucho lo que hay que cambiar y renovar, tanto a nivel personal como en la Iglesia. Personalmente, aguardar la salvación supone tener un motivo para superar el pesimismo, implica tener sólidas razones para actuar. Y como Iglesia, el sínodo sobre la sinodalidad, sobre el carácter comunitario y corresponsable de la fe cristiana, ha apuntado múltiples líneas de renovación para estar a la altura de esa Iglesia que hacemos entre todos. 
Con el Adviento, ante la expectativa de la celebración de la Navidad, los cristianos todos hemos de velar, porque Dios ya ha bajado, descendió y se extremecieron las montañas... no puede ser que hasta los montes se tambalearan y nosotros sigamos fríos, ajenos al paso de Dios por la historia para ayudarnos a que no se nos vaya de las manos nuestra responsabilidad para con los otros y la Creación, y acabemos consintiendo pasivamente con tanta muerte y destrucción. Velar, vigilar, supone estar vivos de verdad, con el necesario conocimiento de las causas de lo que pasa y la conciencia responsable para actuar, comprometernos y participar, porque Dios "sale al encuento del que practica con alegría la justicia". 


No hay comentarios:

Publicar un comentario