LECTURAS
- Levítico (13,1-2.44-46)
- Sal 31,1-2.5.11
- I Corintios (10,31–11,1)
- Marcos (1,40-45)
El tilo, con su flor curativa y la sombra, que no lo es menos cuando hace calor. Frescura que nace de la tierra y cae del cielo, que se convierte en bienestar y proporcional sosiego. ¿Será así nuestra fe y la presencia de la Iglesia en el mundo, curativa y benefactora? A ello debemos aplicarnos si, como Jesús queremos ser evangelizadores, pero como Él lo era, sanador y restaurador de la bondad de la vida que tan bien nos habla Dios.
Dice el salmo 24: "Señor enséñame tus caminos". Son los caminos de la lealtad, la rectitud, la humildad, la ternura, la misericordia, la conversióin del pecador. Caminos de plena humanidad, la de los que viven como hijos de Dios. Caminos múltiples que se entrecruzan y que hacen posible avanzar en el desierto, llegar a nuestra meta habiéndonos reportado en su andadura, crecimiento, maduración.
COVID 19: Ante las nuevas medidas decretadas por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha para evitar los contagios, se suprime en la parroquia toda actividad presencial fuera de la celebración de la Eucaristía, que permanece con el mismo horario y el mismo aforo en el templo (40% = 72 personas).
El Baustimo de Jesús, como el nuestro, es solo una estación, ni siquiera es el verdadero origen de nuestro itinerario cristiano, pues antes vienen otras paradas que empiezan incluso antes de nacer, cuando las familias deciden como educar a los hijos. Pero es una nudo de comunicaciones muy importante, por ahí pasa la línea circular de la relación de Dios con la persona, también la de la pertenencia a la Iglesia como miembros de pleno derecho en ingualdad de dignidad a todos los cristianos, y está el recorrido de los siete sacramentos, y la línea de la misión de los cristianos en el mundo... como se ve, una tupida red de direcciones, todas complementarias e intercomunicadas.
Hasta en el agua dejan huellas los buscadores de la verdad que da vida, de la etenidad que se hace accesible en lo pequeño, débil y cotidiano. En tiempos de populismos nacionalistas y xenófobos, racistas y supremacistas, reconocer que todos venimos de África, que Jesús era judío, que el Reino desbordó los límites de la ley y el amor los de todos los prejuicios, puede ayudarnos a recuperar la fraternidad universal, esa que el papa predica en Fratelli tutti y que Cristo supuso, como luz de los pueblos para todos los que acogen su Evangelio.
Visibilidad, que no publicidad ni ostentación, la Epifanía del Señor pone a la vista que lo que trae de parte de Dios no es un secreto inaccesible, sino una pública oferta de salvación. Por eso no se quedó Jesús en el desierto, sino que se acercó, por los caminos de Galilea y las calles de pueblos y ciudades, a todos los que quisieran escuchar que Dios es Padre, que nos ama y, por eso mismo, nos pide para con los otros un trato de fraternidad. Las lacras del racismo y la xenofobia, a costa del olvido de que todos fuimos emigrantes y de que la Tierra es de todos, amenaza nuestra verdadera humanidad, además de poner en peligro la justicia, la solidaridad y el necesario enriquecimiento que aporta el encuentro de los pueblos. Por eso, hoy más que nunca la estrella que debe guiar nuestros pasos y adoración del Dios que se ha hecho visible en Jesús de Nazaret, deben pasar por tender lazos de fraternidad y evitar la tentación de los sentimientos y expresiones exclusivistas e inhospitalarias.
Ya hemos tenido ocasión de leer el prólogo de San Juan el día de Navidad y el jueves de la Octava de Navidad. Y de nuevo, en este segundo domingo de Navidad, con insistencia que busca la perseverancia de la contemplación, la liturgia vuelve a proponer el decisivo texto que abre el cuarto Evangelio: Dios es palabra, la palabra de Dios es creadora, la palabra que estaba con Dios se ha incardinado entre nosotros, se ha hecho humanidad y ha acampado en la historia. Junto a la confesión ferviente de la divinidad de la Palabra que es Cristo, sin menoscabo ni contradicción para su origen divino, se afirma la encarnación, la inmersión de Dios en nuestra realidad histórica y antropológica.
Esta irrupción y convivencia del Verbo divino con nosotros se abre en múltiples direcciones: espirituales ("les de da el poder de hacerse hijos de Dios"); solidarias ("y acampó entre nosotros"); eclesiales ("para dar testimonio de la luz")... Y en todas las direcciones que avancemos siguiendo la estela encarnacional de la Palabra que estaba con Dios y que nos ofrece la única visibilidad del invisible, podremos experimentar que más allá de las normas, de la ley que se dio por Moisés, está la incesante donación de gracia por parte de Cristo, para que podamos reconocerle, seguirle y encarnar también nuestra fe en esta realidad tan herida por el egoísmo, la injusticia, la fragilidades múltiples, las múltiples soledades.
Si Dios ha realizado este movimiento de proximidad a nuestras vidas y sus críticas circunstancias; si de lo divino ha viajado a lo humano para iluminarlo desde dentro; si de la inaccesibilidad invisible ha virado hacia su presencia en medio de nosotros, en el rostros del hermano... ¿no vamos a ser capaces de levantarnos para abrir la puerta al que llama por su necesidad y menesterosidad?, ¿nos va a ser imposible unirnos en las cosas esenciales como la salud, la justicia y la solidaridad?, ¿seguiremos sin dar el paso evolutivo que nos capacita como hijos de Dios para construir la fraternidad? Sí, merece la pena, aunque sea reitararivo, leer, medita, contemplar y sacar conclusiones de esta gesta por parte de Dios que nos muestra, reverente y solemne, el inicio del evangelio de Juan.
¿Qué encontraron los pastores cuando llegaron a Belén? A un niño acostado en un pesebre, a una madre y un padre con él. Encontraron, en medio de la pobreza, cuidado, cariño, protección, atención, ternura... y es ahí donde el ángel les dijo que encontrarían al salvador que le había nacido al mundo. A veces pensamos en la la solidaridad como una gesta heroica, en la encarnación de Dios como un milagro refulgente, en la fe como una extraordinaria y original peculiaridad que nos hace especiales. Pero Dios se hizo humanidad con sencillez, nació el hijo de Dios como debieran nacer todos los niños, rodeado de amor; y Santa María, madre de Dios, lo es empezando por hacer lo que toda madre y todo padre deben hacer: cuidar.
El papa Francisco nos propone para esta Jornada Mundial de la paz una "brújula" de principios personales y sociales:
Jesús, María y José, en Belén o en Nazaret, del nacimiento a la cruz, la realidad de la familia extiende su manto mucho más allá de los límites del espacio y el tiempo, por encima de las limitaciones económicas y de la salud. Son las familias las que han soportado con su red de solidaridad interna y transgeneracional las muchas penurias que las diferentes crisis de la vida han impuesto a sus miembros. Y han sido, sobre todo los mayores, los abuelos, quienes más sacrificios han soportado. Ellos han mantenido con sus pensiones y con sus sacrificios, con su apoyo en la crianza de los niños, sus consejos a los hijos, su ternura para con los nietos, los vínculos que nos unen a la tierra, al día a día, pero también las aspiraciones de elevar hacia Dios nuestra búsqueda de plenitud. ¡Cuantos menores han sido bautizados y han venido a la catequesis de Primera Comunión, porque los abuelos insistieron!, sabiendo que lo más importante no es lo que llevamos puesto ni lo que guardamos en el banco, sino lo que somos a duras penas y lo que necesitamos además de lo material, más que lo material. Por eso merecen nuestro homenaje, pero empezando por el justo reconocimiento de sus derechos a una salud y unos cuidados a la altura de lo mucho que nos han dado. En memoria de la sagrada familia de Jesús, la Iglesia quiere también pagar su deuda de gratitud con esa tarea catequética, espiritual y de socorro que los mayores han realizado también dentro de esta otra familia que es la comunidad cristiana.
Sí, de muchas maneras y en diferentes épocas, habló Dios a la humanidad. Pero ahora es la definitiva -que no la última, porque Dios no deja de hablarnos- pues lo ha hecho en la realidad humana del hombre Jesús de Nazaret, en la que se encarna la Palabra creadora y reveladora por la que el Padre nos hace llegar su deseo de comunión con nosotros: "Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros". El prólogo de San Juan traza la línea descendente que va de Dios a la carne y la historia. Y Cristo, cercanía y transparencia de lo divino, recorre esa línea para ayudarnos a que nosotros la podamos, a nuestro tiempo, remontar en sentido ascendente, de la materialiad y el tiempo a la plenitud eterna: "les da el poder de ser hijos de Dios". Cada Navidad es para los creyentes una ocasión para retomar el empeño de ascender por la vía de la humildad y el abajamiento, por la escala del servicio y la fraternidad. Un recorrido que supone tomar partido por la luz frente a las tinieblas, por la acogida y la vida frente a la soledad y la muerte.
Celebrar la Navidad con fe en lo que Jesucristo nos alcanza con su vida, muerte y resurrección, debiera ser renovar nuestra esperanza de que cada uno y todos juntos, podemos encarnar en nuestras historias compartidas el deseo divino de compartir con nosotros su caridad infinita y la propuesta, no menos divina, de que nos reencontremos como hermanos y, como tales, nos cuidemos, respetemos y socorramos. Es, por tanto, la Navidad, una ilusionante apuesta por el día de mañana que hoy hemos de adelantar. La apuesta decidida y comprometida por un mundo sin excluidos, por unas ciudades sin asentamientos de personas sin hogar, por una relación respetuosa con la naturaleza y un fortalecido interés por la espiritualidad que necesitamos para conseguir todo lo demás.
Pedimos a Dios para que la alegría esperanzadora de una nueva humanidad, "nacida de Dios", haga posible en nuestro mundo y en la hora presente los dones de la paz y la fraternidad. Así lo pedimos para todos los pueblos de la tierra, convencidos de que somos "todos hermanos".