Dos árboles, con sus dos troncos y, subterráneas, sus propias raíces, pero una sola copa. Se dan en la naturaleza estas formas sugerentes de unir sin fusionar, de simbiosis. Una imagen de la convivencia fructífera, que lejos de disminuir o anular hace crecer y, con creatividad, enriquece la vida propia y de los demás. Así es la vocación y el segumiento de Jesucristo, se basa en la vida y la misión compartidas, resulta de la complidad madurada en la comunión y el día a día de lo que se vive juntos. Así fue para los primeros discípulos y así debe serlo para nosotros hoy también.
LECTURAS
- I Samuel (3,3b-10. 19)
- Sal 39,2.4ab.7.8-9.10
- I Corintios (6,13c-15a.17-20)
- Juan (1,35-42)
Pero, este carácter comunitario y misional de la vocación bautismal, y por ende sacerdotal, no se reduce a la intimidad espiritual con Dios, ni a la edificación de la Iglesia, también lo es con la sociedad de la que nos sentimos parte y a la que somos enviados para anunciar el Evangelio. Aun cuando sea una vocación contemplativa, ministerial (dedicado a trabajar para la propia Iglesia) o intelectual (los teólogos tan necesarios como a veces ausentes de la vida pastoral y del gobierno eclesial) es siempre una llamada en medio del mundo y al servicio de las personas todas. Por eso sería una contradicción vivir la fe y la misión cristianas alejados de la realidad y de espaldas a la actualidad. El tufillo catastrofista, que no sanamente apocalíptico, con el que a veces se predica solo de los defectos, carencias y perversiones de nuestra cultura, de la sociedad actual, de la educación, de los jóvenes, de los medios de comunicación... lejos de respirar la sana veta crítica y alternativa del Evangelio, puede convertirse en un amargamiento de la imprescindible inmersión en el medio que se quiere evangelizar. Ni todo es malo en el mundo actual, ni tampoco está exento de direcciones peligrosas que es nuestro deber denunciar. Pero de ahí a ese maniqueismo que no encuentra, también en nuestra hora, las omnipresentes "semillas del Verbo", hay un trecho que debiéramos desandar. Y es que Dios, aunque nos llame en el templo como a Samuel, en medio de una crisis personal como a san Pablo, o en el camino de un lugar a otro, como los discípulos del Bautista que buscan a Jesús, incluso faenando como en la llamada a los apóstoles en los sinópticos... siempre será una vocaación de encuentro con los otros para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios que nos habita y espera a cada hora y en cada esquina de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario