LECTURAS
- Eclesiástico (24,1-2.8-12)
- Sal 147,12-13.14-15.19-20
- Efesios (1,3-6.15-18)
- Juan (1,1-18)
Ya hemos tenido ocasión de leer el prólogo de San Juan el día de Navidad y el jueves de la Octava de Navidad. Y de nuevo, en este segundo domingo de Navidad, con insistencia que busca la perseverancia de la contemplación, la liturgia vuelve a proponer el decisivo texto que abre el cuarto Evangelio: Dios es palabra, la palabra de Dios es creadora, la palabra que estaba con Dios se ha incardinado entre nosotros, se ha hecho humanidad y ha acampado en la historia. Junto a la confesión ferviente de la divinidad de la Palabra que es Cristo, sin menoscabo ni contradicción para su origen divino, se afirma la encarnación, la inmersión de Dios en nuestra realidad histórica y antropológica.
Esta irrupción y convivencia del Verbo divino con nosotros se abre en múltiples direcciones: espirituales ("les de da el poder de hacerse hijos de Dios"); solidarias ("y acampó entre nosotros"); eclesiales ("para dar testimonio de la luz")... Y en todas las direcciones que avancemos siguiendo la estela encarnacional de la Palabra que estaba con Dios y que nos ofrece la única visibilidad del invisible, podremos experimentar que más allá de las normas, de la ley que se dio por Moisés, está la incesante donación de gracia por parte de Cristo, para que podamos reconocerle, seguirle y encarnar también nuestra fe en esta realidad tan herida por el egoísmo, la injusticia, la fragilidades múltiples, las múltiples soledades.
Si Dios ha realizado este movimiento de proximidad a nuestras vidas y sus críticas circunstancias; si de lo divino ha viajado a lo humano para iluminarlo desde dentro; si de la inaccesibilidad invisible ha virado hacia su presencia en medio de nosotros, en el rostros del hermano... ¿no vamos a ser capaces de levantarnos para abrir la puerta al que llama por su necesidad y menesterosidad?, ¿nos va a ser imposible unirnos en las cosas esenciales como la salud, la justicia y la solidaridad?, ¿seguiremos sin dar el paso evolutivo que nos capacita como hijos de Dios para construir la fraternidad? Sí, merece la pena, aunque sea reitararivo, leer, medita, contemplar y sacar conclusiones de esta gesta por parte de Dios que nos muestra, reverente y solemne, el inicio del evangelio de Juan.
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