La estancia de Jesús en el desierto (las tentaciones) y su bautismo en el Jordán (la elección por parte del Padre) condensan simbólica y teológicamente el periodo de formación espiritual de Jesús. La aceptación por su parte de la vocación que viene del Padre, ha germinado paulatinamente en el Hijo de Dios desde su concepción virginal (Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres Lc 2, 51). Y ahora es confirmada con su propia decisión, con su libre determinación de bajar al desierto, de acercarse al Bautista, de incorporar su propia respuesta al Padre a la llamada de conversión de aquél profeta que también era portador de la palabra de Dios. Este tiempo de preparación y maduración se desarrolla en soledad, silencio y disponibilidad, porque aquella decisión que guiada por el Espíritu le ha traído hasta aquí, aún la tendrá que ampliar y profundizar con la distinción del tipo de mesianismo al que está llamado, y eso requiere el coraje de dejarse medir con sus propias fuerzas y calibrar su propia debilidad.
LECTURAS
- Dt 26, 4-10. Profesión de fe del pueblo elegido.
- Sal 90. R. Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
- Rom 10, 8-13. Profesión de fe del que cree en Cristo.
- Lc 4, 1-13. El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado.
Y acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión (Lc 4, 13) Jesús ha impuesto por ahora su determinación y perseverancia, su fidelidad y total disponibilidad a la voluntad del Padre. Pero eso no quiere decir que la tentación haya desaparecido para siempre. A lo largo de su misión de heraldo del Reino, de anticipo de la gracia que salva, una y otra vez, bajo diversas formas, le saldrá al paso la tentación de encaminar su itinerario por los derroteros del triunfalismo y la egolatría. Pero ahora, además de clarificar y distinguir con pureza de intención el tipo de mesianismo que Él encarna, ha madurado también las actitudes que harán posible su triunfo sobre el pecado y la muerte: libertad, humildad y total confianza en Dios. Esas mismas serán las actitudes que sus seguidores habremos de empeñar para vivir el Evangelio, que es la única forma de anunciarlo: libertad contra la sumisión a los poderes de este mundo, especialmente el dinero y la violencia; humildad frente a la seducción del éxito basado en la cantidad y la imagen; total confianza en Dios en lugar de lo que llama el papa Francisco "neopelagianismo", por el que absolutizamos el valor de nuestros programas y nuestras cualidades ignorando tanto nuestra propia debilidad, como la precedencia y superioridad de la acción de Dios, de su gracia.
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