DOMINGO 6 DE OCTUBRE: XXVII DE TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 
El verdadero problema de las leyes que Dios diera a Moisés y de los preceptos que Jesús nos dio, es que los entendamos como barreras infranqueables, como inmensas moles de piedra inamovibles. La ley, los mandamientos y preceptos de la Palabra de Dios son medios para seguir el camino, apuntan a la meta y quisieran convertirse en puentes para salvar obstáculos, no en trampas donde quedarse atrapados y paralizados. Ya sean en positivo ("amarás a Dios sobre todas las cosas") o en formulación negativa ("no matarás") el sentido último de cada norma y precepto está en su fin, el que le da sentido y autoridad, por el que nos ajustamos a ellos e intentamos obedecerlos. Sin quitarles un ápice de obligatoriedad, hemos de tender con la mayor de las fidelidades a cumplir con el corazón que late bajo las normas. Podríamos amar a Dios y no matar, pero ser indiferentes al sufrimiento humano. Con Jesús, el sentido último de la ley de Dios está en la comunión, complicidad y compromiso con el proyecto de vida que Dios tiene para nosotros. 

LECTURAS

  • Génesis (2,18-24)
  • Sal 127,1-2.3.4-5.6 Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
  • Hebreos (2,9-11)
  • Marcos (10,2-16)

La pregunta fue sobre el divorcio, pero podría haber sido por cualquera de los 613 preceptos del judaísmo (mitzvá) y que desarrollan, concretan y multiplican los 10 mandamientos. En realidad, aquél fariseo no preguntaba sólo por la ley de repudio (Dt 24,1), quería poner en un aprieto a Jesús por su interpretación de la Torá, de la Ley de Moisés. Interpretación que muchas veces parecía laxa, como cuando dijo abolía los tabúes alimenticios, pero que, en esta ocasión, como expresión de su verdadera comprensión de la ética cristiana, elevaba la exigencia a un nivel mucho más exigente, profundo y espiritual la letra de la ley. Porque, cuando Jesús, en referencia al divorcio, apela al Génesis, a la vocación de complementariedad entre el hombre y la mujer ("serán una sola carne" Gn 2, 24), y a la antropología relacional ("no es bueno que el hombre esté solo" Gn 2, 18) está yendo mucho más allá de la cuestión de si divorcio sí o divorcio no, está emplazándonos y trasladando el horizonte moral al plano ideal y deseable de cómo Dios nos ve y cómo Dios nos llama a llegar a ser. Pero no se trata de un código, ni de un decreto, sino de una profesión de fe en la capacidad humana de tender al ideal de persona y relaciones que Dios nos propone. Si perdemos de vista esta dinámica moral de Cristo, la de proponer el máximo nivel de realización de nuestra condición de hijos de Dios, reducimos el Evangelio y su moral a otra codificación más y, en ese caso, como ocurre con todas las codificaciones, nos veremos obligados a revisarla interpretarla y ajustarla continuamente. Una vez más, Jesucristo apunta a la luna, y nosotros, nos quedamos mirando el dedo que apunta.

LECTIO DIVINA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA: HACERSE PEQUEÑO

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