La Jornada Mundial de Migrante y el Refugiado nos recuerda este año la condición itinerante y caminante del Dios que acompaña a todos sus hijos, peregrinos, refugiados, desplazados, que huyen o buscan un rincón en el mundo y una oportunidad para sus vidas. El bien, la verdad y la salvación pueden presentarse en nuestros propios recorridos vitales cuando menos lo esperamos y de quienes menos lo presuponemos. Así pasa con la realidad de las migraciones, que más allá de miedos y alarmismos, puede ser la gran oportunidad de salir al encuentro de Dios que viene a nosotros con los que caminan y habitan aquí y ahora.
La admonición de la carta de Santiago contra la riqueza injusta e insolidaria se complementa con la promesa esperanzadora y más positiva de Jesús: en el otro, en el desconocido o incluso rechazado se puede esconder una preciosa oportunidad de vida y salvación. Sólo la mirada fraternal, que supera recelos y exclusiones, está en disposición de facilitarnos el acceso a tesoros de generosidad, gratuidad y amor encerrados bajo tantos prejuicios y egoísmos. No se trata sólo de solidaridad, que claro que también, sino de la legitima y universal búsqueda del sentido de la vida, el que no se compra ni se gana por méritos, sino que llega a nosotros cuando ponemos a las personas por encima de otras consideraciones y nos atrevemos a vivir la sopresa del encuento y la mutua donación. Así lo indica la Palabra de Dios, así nos lo sugiere la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
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