LECTURAS
- Proverbios 9, 1-6
- Sal. 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
- Efesios 5, 15-20
- Juan 6, 51-58
Cómo puede Jesús darnos a comer su carne, lo sabemos: dando todo lo que es, encuentro a encuentro, paso a paso, predicando y curando, con la llamada de sus discípulos y el tiempo compartido con cada persona que tenía hambre de verdad y sed de justicia. Lo que nos cuesta comprender y llevar a la práctica es la vida nueva que nos comunica cuando aceptamos su palabra, creemos en su misión y comulgamos con su fe en el amor insondable del Padre. Nos resulta difícil llevar a la vida cotidiana esta suprema confianza en la lógica de la generosidad por la que cuanto más nos damos, más crecemos y mejor somos. Porque eso es lo que significa que Cristo es pan de vida eterna: transmitirnos la misma fuerza que le mueve a entregarse y colmar, por la solidaridad y la caridad, todas nuestras expectativas de vencer a la muerte, empezando por la muerte del egoísmo que nos aísla y encierra en la pequeñez de la autosatisfacción, lo que el papa llama "autoreferencial". Pero, también prolonga la comunión con Cristo en el tiempo de Dios, su misma intimidad con el Padre, su profunda complicidad con el Espíritu Divino, la vida eterna. Y así, tanto en el plano ético de la vida que acaba con la muerte, como en la trascendencia de la vida que vence a la muerte, comulgar con Cristo, compartir lo que Él es y como Él vive, es sentirse habitado por Él y cohabitar con Él la vida plena que Dios es y sólo Dios puede dar.
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