15 DE AGOSTO: LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

Desde los comienzos del arte cristiano, en todos los periodos y estilos, una de sus finalidadades ha sido la catequética, transmitir de manera estética, a través de los sentidos, los misterios de la fe. Otra finalidad ha sido espiritual, en un sentido emocional: expresar los sentimientos que lleva aparejados esa fe. En este caso, portada vandelviresca de la parroquia de la Asunción de Yeste (s. XVI) al misterio de la fe que afirma el triunfo celestial, valga decir, trascendente, de la fe y disponibilidad de María, coronada como reina del cielo, le acompaña una reflexión eclesial: esa victoria de la Virgen, reconocida por el mismísimo Padre eterno, culmina el eficio de la fe (la Iglesia en cuanto comunidad de vida) sostenido por las columnas del testimonio apostólico (Pedro y Pablo) y construida a lo largo de la historia como una peregrinación (Santiago) mística (también aparece el teólogo por antonomasia, san Juan) alimentada por la perseverancia ética de las virtudes (están las alegorías de dos teologales: la fe y la esperanza). Esa es la catequesis, pero, ¿y los sentimientos, las emociones que transmite su espiritualidad? Pues, por lo menos, el de confianza en la Iglesia que logra tal fruto de la consumación de lo humano en la madre del salvador, a pesar de nuestra debilidad y las incoherencias de los que formamos la Iglesia; pero también sugiere la motivación o inspiración que eleva la mirada y el corazón para sentirnos atraídos por la meta mayor.

LECTURAS

  • Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab
  • Salmo 44, 10. 11-12. 16 R/. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir
  • I Corintios 15, 20-27a
  • Lucas 1, 39-56
Aunque el Evangelio de la fiesta de la Asunción de la Virgen María nos lleva a la historia y cotidianidad de los orígenes de Jesús, de la vocación de su madre, de la complicidad entre las mujeres para compartir el gozo y la responsabilidad de la vida, el tono del resto de la liturgia de la palabra de esta solemnidad es escatológico, universal, definitivo: la victoria de la fe y su perseverancia frente a los poderes de este mundo, la resurrección de Cristo como primicia de la eternidad que Dios quiere compartir con nosotros. Y como gozne entre la intrahistoria (la historia cotidiana) de la Virgen María que nos cuenta Lucas y el trasfondo celestial y de trascendencia de Pablo y el Apocalipsis, el salmo nos sitúa en un plano emocional, afectivo y, tal vez, el más efectivo: el del amor y su expresión conyugal. 
Quiere la Iglesia que, al celebrar el encumbramiento celestial de la Virgen María, no olvidemos la humilde, pero no por ello menor, grandeza de la gesta cotidiana de creer y amar. Con el pie puesto en la tierra del camino que todo creyente transita por la historia de este mundo, podremos aspirar a los bienes prometidos, de los que la Virgen, por derecho propio, es primicia y modelo. Pero, la única manera de vivir este movimiento que asciende del suelo pesado de lo material y temporal, al cielo que todo lo recoge y eleva, es amar, apasionadamente, como unos enamorados, de Dios, de la vida y de cada hermano, sobre todo aquellos que en su pequeñez y desvalimiento, mejor pueden expresar la afirmación de la Virgen de la Asunción, que Dios "enaltece a los humildes y a los hambrientos los colma de bienes"



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