El descanso que Jesús ofrece a sus discípulos no es solo, ni en primer lugar, el de la evasión del agobio y las prisas, que también. Se trata más bien del resposo de lo aprendido, la profundización de lo vivido, la maduración de la experiencia de caminar con y tras el maestro que tiene palabras de vida eterna. Sin menospreciar el efecto saludable del cambio de actividad, la ralentización del ritmo y la pacificación de las emociones, descansar en un lugar apartado con Cristo tiene más de la oculta bodega donde los vinos adquieren solera, que del duro ajetreo turístico. Silencio donde resuene la Palabra y se amplíen los múltiples niveles en los que la propuesta del Evangelio fructifica y da vida.
EL JUEVES 25 DE JULIO, FIESTA DE SANTIAGO,
LA MISA SERÁ A LAS 19:30
LECTURAS
- Jeremías 23, 1-6
- Sal. 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 R: El Señor es mi pastor, nada me falta
- Efesios 2, 13-18
- Marcos 6, 30-34
El descanso de Jesús no es un corte con su actividad evangelizadora, porque esta ocupación no es una carga impuesta ni una necesidad física, sino la íntima vocación que da sentido a toda la acción, a todo el tiempo, a la vida toda del enviado. Es un descanso que ayuda a releer lo que se ha ido precipitando en el alma después de tantos encuentros y tantas demandas de fe y esperanza. Con Jesús, los discípulos serenamos las aguas agitadas de la vida ordinaria y vemos como se posa en el fondo del tiempo transcurrido, la madura fecundidad del Espíritu que nos ha guiado hasta aquí y nos ha visitado en tantas personas con sus alegrías y sufrimientos. Es oración, meditación, pero también lectura creyente que saborea lo vivido y le saca todo su rico provecho existencial, sanador y humanizados. Es gratitud que multiplica los aprendizajes y los convierte en nuevos estímulos para seguir amando. El descanso al que nos invita Jesús, como lo fue el suyo, se convierte en una renovada apuesta por compartir la pasión de Dios por la humanidad, la opción por el servicio y la solidaridad.
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