LOS DOMINGOS DE JULIO, AGOSTO Y SEPTIEMBRE NO HABRÁ MISAS POR LA TARDE
LECTURAS
- Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24
- Sal. 29, 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
- II Corintios 8, 7. 9. 13-15
- Marcos 5, 21-43
Sigue el evangelio de Marcos cofrontando la fe de Jesús con las razonables dudas, los miedos y los más que justos lamentos que generan en nosotros la limitación, fragilidad y finitud que conforman nuestra naturaleza e identidad humanas. La enfermedad y la muerte, y también la histórica desigualdad social de la mujer, aparecen en este evangelio representadas por la hemorroisa y la hija muerta de Jairo. Jesús tiene una fe inquebrantable en que el plan de Dios apuesta por la vida, genera vida y fundamenta la dignidad. Él nos hará vencer a la muerte y las afrentas a la fraternidad que son anticipos de la muerte, enfermedades del alma individual y social. Esa confianza brota de un trabajo personal que viene de su etapa en el desierto, cuando también él afrontó sus propias dudas y que ha ido madurando y fortaleciendo con una relación perseverante con Dios, como Padre. Es esa capacidad de creer y esperar lo que Jesús activa en aquella mujer enferma de flujos de sangre, como en el padre de la niña muerta cuyo dolor no quiere detenerse ante el muro de lo irreversible.
Los que creemos en Jesús, como el Hijo de Dios, debiéramos aprender con él y de él a desplegar esa esperanza que nace de la intimidad con la fuente de la vida y la complicidad con su plan de salvación para toda la humanidad. Para confiar y tener esperanza, para no sucumbir al miedo y la desesperación, Jesús nos propone el modelo de su propia experiencia de la bondad y el designio de plenitud para todos de Dios. No será una iluminación repentina, no al menos para la mayoría, pero sí puede crecer la confianza fundamental en Dios y en la vida a partir de un proceso paulatino, perseverante y cotidiano de fe, oración y contemplación. Un proceso que incluye, como su expresión más creíble, el empleo altruista, solidario y fraternal del tiempo que se nos haya concedido. Y, todo ello, para, al final, con toda la serenidad y gratitud que la vida se merece, decir: Amén, con la esperanza de que el Dios de la vida nos diga: "Levántate".
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