INMACULADA CONCEPCIÓN, LA PURÍSIMA

 
El proyecto de Dios sale adelante porque hay personas que se identifican con él, que lo hacen suyo y se entregan de alma y cuerpo al deseo divino de hacernos llegar su amor, de dársenos como sólo se nos dan los que nos aman de forma incondicional, gratuita e imperecedera. Esas personas, amigas de Dios y servidoras de su voluntad, se convierten para nosotros en cauce de la gracia que salva, en mensajeras de la palabra que da vida, que perdona y restaura nuestra naturaleza caída. Y por su fidelidad y perseverancia, al cumplir su misión posibilitan que nosotros cumplamos la nuestra. Así fue María, la Virgen santísima para con toda la humanidad al facilitar, generosa y creyente, que Cristo nos guiara hasta la plena comunión con Dios, que también es la máxima cota de humanidad a la que podemos aspirar. 
¿Cómo no la íbamos a ensalzar y venerar? Y así lo hacemos, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asución al cielo.

LECTURAS

  • Génesis 3, 9-15. 20
  • Sal 97, 1-4: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
  • Efesios 1, 3-6. 11-12.
  • Lucas 1, 26-38

No nombra san Pablo ni una sola vez a María, la Virgen madre de Jesús. Tampoco nos da muchos datos biográficos del que para él es el salvador, el Hijo de Dios. Y es que, para el apóstol de la fe y la gracia, lo que cuenta es quién es Jesús para él, qué significa para el destino de toda persona, para la salvación de toda la humanidad. Es, pues, el proyecto universal de Dios, realizado en Jesucristo su hijo, lo que marca la diferencia, la gloria y la decisión que se juega en la aceptación de la verdad del Evangelio de la cruz y la resurrección del Señor. Por eso, aunque no menciona a la Virgen María, ni nos brinda el corpus paulino, citas y episodios de la vida de Jesús (salvo la última cena, la cruz y la resurrección) podemos reconocer en la radicalidad del credo paulino, la base y el marco de nuestra veneración por la que hizo posible la historia salvadora llevada a cabo por Jesús, el proyecto divino de vida y comunión con Dios, la oferta de una nueva humanidad liberada del pecado, la ley y la muerte. 

Tal vez por eso, Lucas, que fue compañero del apóstol de los gentiles, y que es el principal cronista del papel de Santa María en la historia de Jesús y de la salvación, señala en el texto de la Anunciación, así como en el del Magnificat, que el valor trascendente y significativo del sí de María a Dios es su complicidad y abnegada colaboración con el diseño divino de una plena restauración de nuestra filiación, de nuestra condición de hijos de Dios. Lejos de suponer la ignorancia o minusvaloración de la Virgen María, Pablo, con su afirmación tajante de que Dios nos ha salvado en Jesucristo, ha puesto el cimiento fundante del reconocimiento cristiano de la figura de la madre de Jesús como hito fundamental de lo que realmente importa: que Dios nos ha asociado con Él a través de su Hijo, realidad de la que Nuestra Señora forma parte intrínseca e ineludible, por eso es "llena de gracia", ya que si "el Señor está contigo" es porque ella, María, está totalmente de parte del Señor. 

Y es con esta fuerza y gratitud que encierra la íntima participación de la Virgen María en el designio divino realizado en Cristo, lo que hoy y en todas las fiestas marianas celebramos con profunda alegría, la que genera el fruto bendito de su vientre, Jesús.



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