LECTURAS
- Jeremías (20,7-9)
- Sal 62,2.3-4.5-6.8-9
- Romanos (12,1-2)
- Mateo (16,21-27)
La liturgia ha separado en dos domingos estas dos escenas del mismo acto, más concretamente, del final del primer acto de la vida de Jesús según los sinópticos. Porque a partir de la confesión de Pedro y el primer anuncio de la Pasión comienza el segundo acto de la misión evangelizadora de aquél que Pedro ha reconocido como Mesías e Hijo de Dios, pero que se encamina hacia la cruz. Mateo, que en el pasaje del domingo pasado (Mt 16, 13-20) ha empleado por primera y única vez en todos los evangelios la palabra "iglesia", ha vinculado el sentido de ésta al seguimiento de Jesús, a la fe compartida con Pedro en la persona y la misión de su Maestro. Pero Jesús ve inseparable de su destino y sentido el paso por la cruz, el testimonio supremo de quien se juega todo porque esa es su verdadera identidad ("y vosotros, ¿quién decís que soy yo?").
Si Mateo ha encontrado la razón de ser, el origen y legitimidad de la Iglesia, mirando a Jesús, también nosotros hemos de encontrarnos en Él, sin apartar la cruz, sin sortear el riesgo que supone un verdadero compromiso. No se trata, como mal interpretara Nietzsche, de desprecio a la vida, sino del valor de empeñarlo todo para no vaciar la vida de contenido, de grandeza, también de fruición y felicidad. Con Jesús quisiéramos ser quienes somos de verdad, porque como Él, hemos descubierto que para afirmar plenamente la vida y nuestras personas, hemos de darnos, entregarnos y hacerlo sin ambages ni medias tintas. Nada menos.
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