DOMINGO 13 DE AGOSTO: XIX DE TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

Diríase que esta barca llegó ya a dónde iba, que no le quedan más singladuras. Pero, en el mundo de los astilleros, pequeños o grandes, con tesón y buenos materiales se puede reflotar lo que parecía perdido... y, además, se pueden botar nuevas embarcaciones, que lo que cuenta es continuar la brega, reanudar las rutas, mantener abiertas las líneas marítimas. La vieja barca de la Iglesia necesita algo más que una mano de chapa y pintura. Y aún así, mientras haya pesca y pasajeros, servicios que prestar, todas las reformas serán llevaderas, todos los cambios serán bienvenidos. Lo que no podemos hacer es quedarnos en el lamento, en la contemplación nostálgica de la barca varada en la orilla, hay que ponerse manos a la obra. El papa Francisco está en ello, y con él tantas personas e instituciones eclesiales que le brindan a la Iglesia una nueva oportunidad de echarse a la mar, de cumplir con su cometido.

LECTURAS

  • Reyes (19,9a.11-13a)
  • Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
  • Romanos (9,1-5)
  • Mateo (14,22-33)

Sin triunfalismo, sin caer en la idolatría de la confianza en los números (ya se sabe lo celoso que era el Dios de Israel de que su pueblo andara haciendo estadísticas), la reciente Jornada Mundial de la Juventud nos dice que todo no está perdido, que, con todas las prevenciones y la humildad que requieren el realismo, todavía tiene la Iglesia cobertura y continuidad. Y, sin embargo, hay crisis, y no pequeña. La tormenta es de aúpa y no sólo por las gráficas  descendentes en materia de práctica religiosa, población creyente, credibilidad social. Se trata también de problemas de fondo, como el de la gestión de la inmensa diversidad que conforma el catolicismo actual, o el reto permanente que supone leer de forma significativa y relevante el Evangelio en un mundo social y cultural que cambia por instantes. Ante estas graves interpelaciones del presente al cristianismo, la imagen de la barca en medio de la tormenta siempre ha resultado sumamente descriptiva. 

Y, sin embargo, junto a los rasgos familiares de la crisis, en el relato de la tempestad calmada prevalecen la confianza y la esperanza. Porque, si es cierto que hay motivos para gritar de miedo, para decir con Pedro "Señor, sálvame"; no menos cierto es que tenemos a quien pedir ayuda, el que se acerca en medio del oleaje, con su palabra y gesto de ánimo, el Señor que anda sobre las aguas. Pero, es que, además, tenemos poderosas pistas para salir de este atolladero, nos las brindan las mismas razones de la ausencia inicial de Jesús cuando la barca estaba ya lejos de tierra y era sacudida por las olas y el viento contrario. ¿Dónde estaba entonces Jesús?, ¿qué le había retenido en tierra?: despedir a la gente y orar. Esas son las claves salvadoras de todas las crisis de la Iglesia, atender lo mejor que esté en nuestras manos a las gentes y orar sin desmayo, con la firmeza y la clarividencia del que en la oración está con Dios y siente que Dios está con él, como lo está, ahora sí, Jesús con sus discípulos, sacando del abismo a Pedro, llevándonos a todos con Él al buen puerto de las faenas del Reino que dan sentido a la barca y a la tripulación.

LECTIO DIVINA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

COMENTARIO EVANGÉLICO DE J. A. PAGOLA

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