LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles (2,1-11)
- Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
- I Corintios (12,3b-7.12-13)
- Juan (20,19-23)
El Espíritu Santo había estado presente en toda la vida y misión de Jesús, en su conexión directa con el Padre y su proyecto de salvación. En forma de oración, como mirada sobre las personas y la realidad que le rodeaba, como fuerza curativa, autoridad profética... el Espíritu Santo estaba con Jesús, habitaba en Cristo y, por eso, lo podía comunicar, lo podía transmitir. Y el Espíritu que Cristo confiere a sus discípulos es el mismo que el propio Jesús ha hecho suyo y por el que se ha guiado hasta morir en la cruz y resucitar a una nueva vida. El Espíritu de Cristo es el del crucificado y el del resucitado, el del mensajero de la Buena Nueva y el del Buen Pastor que llama y acompaña a los suyos. Por eso, el Espíritu Santo que recibimos como Iglesia es, antes que nada, conexión directa con la vida y misión de Cristo; e implicación no menos directa y activa en la evangelización. Pentecostés es la fiesta del envío, la misión y la comunión de los que llevamos, sinodalmente, entre manos las duras tareas del Evangelio.
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