1 DE NOVIEMBRE: TODOS LOS SANTOS

 
Simone Weil (1909 - 1943) fue una pensadora, activista social y sincera rastreadora del misterio de Dios. Aunque nunca se bautizó, se identificó personal y éticamente con Jesucristo, con su Evangelio y, por ello, se sintió parte de la Iglesia a la que nunca pertneción de manera formal o institucional. Amante de todas las causas perdidad (las de la justicia, la paz, la solidaridad entre las personas y los pueblos). Experimentó una profunda presencia de Dios y se alineó en las filas de los que creen que la santidad es tan posible como necesaria en nuestro mundo.

LECTURAS

  • Apocalipsis (7,2-4.9-14)
  • Sal 23,1-2.3-4ab.5-6
  • Juan (3,1-3)
  • Mateo (5,1-12)

Las lecturas de la festividad de Todos los Santos, están presididas por la imagen de la multitud, por el plural de los sujetos, por la desbordante superioridad del bien, de los buenos, de la bondad. Esta esperanzadora muchedumbre contrasta con el ruido que hace el mal y los efectos perdurables de sus acciones: la infelicidad, la injusticia, el sufrimiento, el aislamiento, la ruptura de la fraternidad y la pérdidad de la fe en ese fondo inmenso de bondad del que todos somos partícipes. Por eso, la santidad que la esta fiesta nos hace anhelar, supone una tompa de postura, una decisión, la de apostar con firmeza por el bien como norte, la bondad como estilo y la veracidad de lo que somos y hacemos. Puede que unas palabras de Simone Weil puedan ayudarnos a reforzar el frente de la santidad.

Puedo explicarle muy claramente cuál es mi situación respecto a la santidad. Dicho sea de paso, no me gusta la manera en que los cristianos acostumbran a hablar de la santidad. Hablan como un banquero, un ingeniero, un general cultivados lo harían del genio poético -algo hermoso de lo que saben que están privados, que aman y admiran, pero que no les ocurrirá ni por un momento reprocharse no tenerlo.

En realidad me parece que la santidad es, si se me permite decirlo así, lo mínimo para un cristiano. Es para el cristiano lo que para el comerciante la honradez en cuestión de dinero, para el militar de profesión el valor, para el científico el espíritu crítico. La virtud específica del cristiano tiene por nombre la santidad. ¿Qué otro nombre, si no?

Pero una conspiración tan vieja como el cristianismo, que se ha hecho más fuerte con el paso de los siglos, trabajar para esconder esa verdad, así como otras no menos incómodas.

De hecho existen comerciantes ladrones, soldados cobardes... y gente que ha elegido amar a Cristo y están infinitamente por debajo de la santidad. Claro está, ese es mi caso. La santidad se acompaña de un surgimiento ininterrumpido de energría sobrenatural que opera irresistiblemente alrededor. 

Desde la más tierna infancia y hasta la tumba hay, en el fondo del corazón de todo ser humano, algo que, a pesar de toda la experiencia de los crímenes cometidos, sufridos y observados, espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Ante todo es eso lo que hay de sagrado en el ser humano. El bien es la única fuente de lo sagrado. Únicamente es sagrado el bien y lo que está relacionado con el bien.



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