EL LUNES 25 DE JULIO, FESTIVIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL, HABRÁ MISA A LAS 19:30
LECTURAS
- Génesis (18,20-32)
- Sal 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8
- Colosenses (2,12-14)
- Lucas (11,1-13)
A todas horas y con el ánimo dispuesto a la novedad de la comunicación con Dios, así debe ser nuestra oración. Una actitud permanente, una intención generosa y confiada. Conscientes, atentos y esperanzados. La oración no es una evasión hacia fuera del mundo, sino un viaje hacia su centro más vivo y esencial. La oración no es mera repetición de fórmulas, aunque puedan servirnos para entrar en ese ritmo diferente al de la actividad apresurada y la respiración cargada de ansiedad. La oración es sintonía con el corazón de Dios que late en nuestro interior, por eso siempre supone compasión, pues Dios nos aproxima a nuestros hermanos que sufren. Con la oración tomamos posesión de nuestro interior sin encerrarnos en una visión solipsista, sino abiertos a la inmensa panorámica de la creación y de la vida que Dios comparte con nosotros. No desfallezcamos, solos o acompañados, en comunidad o en la intimidad de nuestra oración más personal, conectemos con Dios y, por Él y con Él, sintámonos en profunda armonía con toda la humanidad, en fraternal corresponsabilidad.
Empecemos por orar en nuestras Eucaristías. Vayamos a misa simpre con nuestras intenciones orantes que, allí, con los hermanos, se convertirán en súplica de perdón, expresión de nuestras necesidades, pero, sobre todo, radiante alabanza a Dios por el don de su Hijo Jesucristo, quien, entre otras cosas, nos enseña a orar como Él oró. En la celebración, oramos personal y comunitariamente, con la Palabra de Dios y con e silencio, con los gestos y la mirada atenta, pero, sobre todo, en la comunión con Cristo y su vida orante, servicial y entregada. Más allá de rutinas y circunstancias irrelevantes, nos llevaremos de la misa lo que hayamos llevado a ella para que Dios y la comunidad lo hagan florecer en nuestra vida diaria.
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