LECTURAS
- Hechos de los apóstoles (1,1-11)
- Sal 46,2-3.6-7.8-9
- Efesios (1,17-23)
- Lucas (24,46-53)
Cuando los discípulos experimentaron que Jesús era del cielo, que estaba en Dios porque era de Dios, oraban todos los días en el templo, dice el evangelio de Lucas, "bendiciendo a Dios". Pero, el camino de la ascensión había comenzado antes, cuando descendió a lo más hondo de sí mismo y se enfrentó a las tentaciones para elegir, de manera decidida, por Dios y su voluntad. A partir del desierto, Jesús va ascendiendo, del profetismo triunfal al mesianismo sufriente; de la vida retirada en el desierto, a la misión itinerante por los pueblos y aldeas de Galilea; del amor como sentimiento a la entrega generosa para curar, redimir y levantar del suelo tanta vida pisoteada... Y toda esa elevación de su vida y su fidelidad, se alimentaba en la oración perseverante que lo mantenía en la proximidad de Dios, para que ni la muerte ni el rechazo que sufrió pudiera alejarlo de la voluntad del Padre. Sí, la muerte y la resurrección de Jesús culminan esa ascensión espiritual, ética y fraternal por la que los cristianos confesamos la Ascensión de Jesús al cielo y vemos en ella la invitación para que también nosotros elevemos nuestras cotas de solidaridad fraterna y comunión mística con Dios.
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