Las palabras de vida eterna que tiene Jesús, que sólo Jesús tiene, proceden de su íntima comunión con el Padre, pero se han acrisolado en su entrega a los planes de Dios para con la humanidad, en su total disponibilidad para mostrarnos que Dios quiere que tengamos vida en abundancia. Sigue resultando duro el mensaje de Cristo porque, aunque promete la mejor y más perdutable de las recompensas, exige de nuestra parte un crecimiento en humanidad que solo la fe madurada en la oración y el compromiso puede lograr. Pero nos va tanto en ello...
LECTURAS
- Josué (24,1-2a.15-17.18b)
- Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
- Efesios (5,21-32)
- Juan (6,60-69)
Como Simón Pedro, también nosotros queremos decirle a Jesús que nos quedamos con Él, que para nosotros solo Él tiene palabras de vida eterna, pero después de todo el discurso del Pan de Vida de este capítulo 6 de san Juan, nuestros sinceros deseos de fidelidad y coherencia tienen que atemperarse con la responsabilidad y el riesgo que supone vivir lo que creemos, hacer nuestra esa vida que Cristo ofrece. Porque tal deseo supone un crecimiento personal, un desarrollo de nuestra humanidad, que requiere las mucha constancia y afán de superación. De hecho, para ser capaces de permanecer junto a Jesús, de ponernos tras Él y caminar junto a Él, es menester alimentarse con su vida entregada, que es luz en su palabra y fuerza en su cuerpo y sangre. Porque no solo para los contemporáneos de Jesús son duras sus palabras. Su Evangelio es tan exigente como prometedor y pide tanto cuanto sea necesario para pasar de las buenas intenciones a la unificación de pensamientos, sentimientos y acción. Por eso, con la humilde respuesta de perseverancia como discípulos suyos, tendremos que empeñar también un seria y decidida disposición de seguir aprendiendo y creciendo siempre. La eternidad de su palabra nos sostendrá.
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