LECTURAS
- Job (38,1.8-11)
- Sal 106,23-24.25-26.28-29.30-31
- II Corintios (5,14-17)
- Marcos (4,35-40)
Sí, faltan vocaciones; y sí, en la sociedad española, y en la europea en general, ha disminuido la práctica sacramental de manera continuada; y es cierto que desciende la matrícula en la clase de religión; y también lo es que en las encuestas del CIS, la Iglesia está a la cola en las escalas de reconocimiento de las instituciones. La tormenta no es pequeña, el oleaje es grueso y dentro de la barca cunden el miedo y el desánimo. Más allá de las necesarias correcciones que debieran adoptarse para enmendar errores y ponerse al día, el mensaje de esta crisis, como de todas las que ha habido en la historia del cristianismo, sigue siendo el mismo que vemos en el pasaje de la tormenta calmada: ¿reconocemos que el Señor va con nosotros? ¿vamos como Iglesia hacia donde va su Señor? Son la fidelidad evangélica, la coherencia con el mensaje de Jesús y la plena confianza en su presencia en medio de la comunidad, lo que debiera guiarnos en la oscuridad y mantenernos a flote a pesar del oleaje embravecido. Ni la mera nostalgia de pasados que no sabemos con certeza si fueron mejores; ni la búsqueda de salidas efectistas, más o menos basadas en la estética y la emoción sensiblera, nos sacarán de la tormenta. Solo el amor efectivo al hermano, la contemplación de Dios en el rostro del prójimo sufriente y la experiencia comunitaria de seguir a Jesús, nos ayudarán a continuar la travesía. Por eso, no caigamos en el derrotismo y tomemos aire para reforzar nuestra lealtad al espíritu de las bienaventuranzas, el mandato del amor fraterno y la esperanza en que Cristo domeña las aguas revueltas, amaina los vientos contrarios y nos devuelve la serenidad y el valor que requiere la misión.
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