LECTURAS
- Ezequiel (17,22-24)
- Sal 91,2-3.13-14.15-16
- II Corintios (5,6-10)
- Marcos (4,26-34)
Entre los principios que el Papa propone como criterios para la evangelización, uno de los más importantes es que "el tiempo es superior al espacio". En lugar del refrán manchego, "burra grande, ande o no ande", el papa nos sugiere que no es la cantidad lo que importa, sino los procesos bien programados y pacientemente acompañados. Decir proceso es decir etapas, camino, avances y retrocesos, progresión y, sobre todo, continuidad. Y parece ser que el proceso de anunciar el Reino de Dios, que es el contenido de la Evangelización, debe contar, por una parte con un factor que no controlamos, la acción del Espíritu. Y, por otra parte, la fuerza de lo pequeño, la riqueza de lo débil y lo pobre. Estamos pues, en clara línea con el espíritu de las parábolas y el ejemplo mismo de la acción evangelizadora de Jesús, en las antípodas del triunfalismo, el efectismo y las acciones rimbobantes que se quedan más en la estética y los fuegos de artificios que en el mensaje, la capacidad de proponer y de suscitar interrogantes esenciales. No se trata pues de una evangelización basada en el espectáculo y el esteticismo sino en la significatividad de lo que se propone porque nace del corazón y responde a las vidad concretas de las personas. ¿Estaremos preparados, después de siglos de hegemonía religiosa en nuestro entorno y de un volumen más grande que nuestras fuerzas para este modo de evangelización? Lo que sí es seguro es que nos costará lo indecible y que supondrá no pocas discrepancias entre los que formamos la Iglesia y queremos lo mismo: responder al encargo de nuestro Señor. Por lo menos que no perdamos esto de vista, todos los cristianos compartimos esa misión y la semilla, los tiempos y sus destinatarios, son de Dios.
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