DOMINGO 14 DE MARZO: IV DE CUARESMA (CICLO B)

  • II Crónicas (36,14-16.19-23)
  • Sal 136,1-2.3.4.5.6
  • Efesios (2,4-10)
  • Juan (3,14-21)

Por amor, solo por amor, Dios eleva a su hijo por encima de todas las cruces. No para cobrar una vieja deuda, sino para resarcir por pura gratuidad todas las carencias y olvidos que hayamos tenido para con Dios, para pagar con amor nuestro desamor, con entrega nuestras cicateras reservas y excusas. Creerlo es salvarse porque creer que Dios es amor es descubrir que el sentido último de lo que somos es también amar, servir, perdonar. Esa es la luz, esa es la verdad, ese y no otro es el juicio. No le duele a Dios gastar su amor en la vida generosamente ofrecida de su Hijo, pues con ella nos dice la medida de su misericordia. "Este es un gran misterio... y Dios lo refiere a Cristo y su Iglesia".

Es el misterio de la cruz y debería ser el misterio de la Iglesia, que vive el sentido liberador de la cruz de Cristo, para ayudar a liberarse de sus cruces a tantas personas que sufren en su cuerpo y en su espíritu. La cruz de Cristo no significa una exaltación dolorista del sufrimiento como un fin en sí mismo. Sino, al contrario, la firme apuesta de Dios por compartir con nosotros, en la cruz de Cristo, nuestras propias situaciones de sufrimiento y animarnos, por la vida del que resucita tras ser crucificado, a solidarizarnos y trabajar por evitar aquellos males que son evitables a través del compromiso y la generosidad. Y es que, el final es la salvación, y la cruz un paso, un camino que debe desembocar, por la gracia de Dios, en la vida plena, reconciliada y agradecida con quien nos levanta del suelo y nos eleva a la dignidad de hijos amados. 

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