Para que Dios entre en nuestras vidas, debemos dejar la puertab abierta, superar los miedos y desconfianzas, abrirnos a la sugerencia divina de que cuenta con nosotros, nos valora y nos ofrece por su parte el doble de fidelidad de la que nos pide. Si María escuchó la propuesta que Dios le hacía es porque tenía las puertas de su espíritu abiertas a la novedad del Espíritu. Si la Iglesia quiere llevar el Evangelio a la socidad de hoy no puede encerrarse tras sus muros y directorios, normas y necesidad de uniformidad, así, ni Dios sale a la calle, ni los hombres y mujeres de hoy entrarán a la Iglesia. No una Iglesia "aduana", sino madre y hospital de campaña, una Iglesia en salida y no parapetada tras la aparente seguridad de las normas a tutiplén.
LECTURAS
- II Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16)
- Sal 88,2-3.4-5.27.29
- Romanos (16,25-27)
- Lucas (1,26-38)
Mucho le debe la Iglesia a la devoción mariana del pueblo fiel. Pero, sin la plena inserción de la figura de la Virgen María en la trama de la Historia de la Salvación, no se comprende su verdadero valor, ni se aprovecha del todo la riqueza de gracias y fidelidad que representa. Sin las actitudes creyentes —confianza, gratuidad, riesgo y compromiso— que María encarna, no sabremos medir la importancia de su papel en la misión salvadora de su Hijo, que es la salvación de Dios para todos sus hijos. Aparte de las justas y emocionalmente necesarias connotaciones de ternura maternal y responsabilidad familiar, la doncella visitada por el ángel también tiene el coraje de ir más allá de lo mandado, la imaginación para creer y anticipar lo que se le promete y, lo que es igual de encomiable, la constancia de vivirlo en la oculta cotidianidad de la vida oculta de Jesús hasta su marcha al desierto, de nuevo, bajo la sombra del Bautista. No olvidemos nada de esto cuando con naturalidad nos broten los tonos emotivos de la devoción, porque lo cortés no debiera quitar lo valiente. A la Virgen Madre le pedimos que nos inspire para seguir la Palabra y proclamar eternamente la misericordia de Dios: "Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".
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