La Vía Láctea resplandece sobre la oscuridad de la noche, el reguero de luz que dejan millones de estrellas arracimadas en una de las millones de galaxias del universo, nuestro sol entre ellas. Luz que viene de los astros, como la luminosidad de los testigos de Cristo viene de quien les hace brillar en medio de las tinieblas de tanto egoísmo y banalidad. Pero es su Señor quien les hizo alumbrar nuestras propias vidas, salgamos, pues, al encuentro del que es la luz verdadera: "Tu luz no hace ver la luz".
LECTURAS
- Isaías (61,1-2a.10-11)
- Lc 1,46-48.49-50.53-54
- I Tesalonicenses (5,16-24)
- Juan (1,6-8.19-28)
Y, sin embargo, de poco sirven los testimonios sobre Cristo si, como el propio Baustista invitará a sus discípulos, no llegamos al encuentro personal con ese que ha sostenido la palabra y el ejemplo de sus testigos: el Cordero de Dios, el que sí que es la luz por la que brilla todos sus testigos. Los que han creído, con sus propias vidas nos muestran el sentido y la firmeza que les dio seguir a Jesucristo. Nosotros, estimulados por ellos y sus buenas referencias, debemos acercarnos y conocer por nosotros mismos la cercanía de Dios que desprende Jesucristo, la exigencia de vida que nos propone, el horizonte de esperanza hacia el que nos encamina. Este encuentro tienes tres lugares privilegiados: la vida de Jesús que late en los evangelios; la propuesta a vivir la misericorida de Dios que nos reclama el rostro del hermano, especialmente de los enfermos y los pobres; la oración constante y la actitud de atención que ella propicia. Esos tres puntos de encuentro con el Señor los hallamos sugeridos y compartidos en la Iglesia, en el grupo de los que le siguen y lo anuncian.
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