Domingo 20 de septiembre: XXV de Tiempo Ordinario (Ciclo A)

 

En el capacho de uvas recién cortadas, junto al trabajo del vendimiador, están las horas del que las cultivó durante años, las fuerzas de la naturaleza, los avatares de la tierra y sus propietarios, la secreta pujanza de la vida y su efímera caducidad. Así es también en la catequesis, la predicación, los programas de acción social, el acompañamiento de tantas personas de diversas edades, pero llamados todos, cada uno a su hora, sea la primera o la última.Trabajos que requieren mano de obra, frutos que suman el esfuerzo de muchos y la acción incesante del Espíritu. Ahí va nuestro granito, nuestro hombro, nuestra responsabilidad, todo lo demás lo pones Tú Señor de la viña y de los viñadores.

LECTURAS

  • Isaías (55, 6-9)
  • Sal 144
  • Filipenses (1,20c-24.27a)
  • Mateo (20,1-16)

Es en el evangelio de Juan donde Jesús dice que su Padre siempre está trabajando y que también Él trabaja sin cesar (Jn 5,17). Forma parte de esa labor constante del Padre y del Hijo, ¡y no digamos del Espíritu Santo! la llamada, su convocatoria para que nos incorporemos a su iniciativa y cumplamos con nuestra parte. Todos los días, a todas horas, independientemente del salario y los méritos acumulados, el Padre trabajador, el Hijo evangelizador, el Espíritu renovador, llama a cuantos estén ociosos o lleven ya horas del día manos a la obra. Esa llamada perseverante, propia de la tenacidad del amor que confía en nosotros, no justifica nuestra dilaciones y excusas, pero si la hemos desoído, nos reitera de nuevo su oferta. 

Nuestros planes no son los de Dios, ¡qué va! Él es más generoso en llamar, paciente al acompañar, universal para acoger, dadivoso para agradecer, imaginativo cuando nos valora a todos en algo... No, nuestros planes son de otra guisa y emplean otras medidas, pero por poco que nos hiciéramos a su voluntad y compartiéramos su designio de amor y salvación... ¡qué distinto sería todo!

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