Después de haber profundizado en el sentido comunitario de la fe cristiana, de tomar conciencia de que a Dios no se va en solitario, algunas normas prácticas de vuelo: la solidaridad, la reciprocidad, la interdepenencia. El perdón rectifica la pérdida del rumbo, el extravío de la relación fraterna, sin la cual malamente llegaremos a nuestro destino. Y esto de manera cíclica, una y otra vez, como las aves que emigran de manera estacional y lo hacen con la mecánica perseverante de la cooperación y el mutuo apoyo en el vuelo.
LECTURAS
- Eclesiástico (27,33–28,9)
- Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12
- Romanos (14,7-9)
- Mateo (18,21-35)
Aquellas lágrimas por el daño que neciamente infringimos al otro, ¡cuántas veces el otro más próximo y querido!, regarán la generosidad para perdonar hoy al que me dañó. No se trata, por supuesto, de injusticias de las que figuran en el código penal, sino de durezas de corazón, palabras y actitudes dolorosas en las relaciones cotidianas, omisiones e inhibiciones cuando éramos necesarios y nos ausentamos. Pero, como la memoria humana es tan quebradiza, como tan ocupadas están nuestras agendas y horarios, esta experiencia del perdón que nos resucitó, para convertirla en abono de una predisposición a la indulgencia y la comprensión, hay que ejercitarla con la sanísima rutina del examen de conciencia, que no es recuerdo solo de los pecados cometidos, sino, primero, del amor gratuita y largamente recibido.
Aquí viene bien recuperar el antiguo significado que tenía la palabra “recordar” en el castellano viejo de Jorge Manrique: despertar. Recordar cuando nos perdonaron es despertar el perdón que en nosotros habita para gastarlo con quien ahora lo necesita.
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