Domingo 9 de agosto: XIX de Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Mar gruesa, vientos contrarios, todo se tambalea y las inmensidades amenazan con precipitarnos "hasta las raíces de los montes" (Jonás 2,7) Cuando no hay un suelo firme bajo nuestros pies y el cielo es oscuro sobre nuestras cabezas, Tú "vienes, vienes siempre". Pero el vértigo que nos hace zozobrar, ese no podremos impedirlo, porque tormentas siempe las habrá.

LECTURAS

  • Reyes (19,9a.11-13a)
  • Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
  • Romanos (9,1-5)
  • Mateo (14,22-33)
Hay tormentas que vienen del cielo y los vientos, son externas a la barca que las intenta capear, pertenecen al clima, al tiempo, a las circunstancias sociales, históricas, culturales. Por ejemplo, la época actual supone una galerna no pequeña para la fe y las religiones: la autosuficiencia por parte de la razón, la autocomplacencia material, la auto - referencialidad (papa Francisco) moral, desencadenan una tormenta de fondo que parece debilitar, al menos cuantitativamente, la presencia de la religión en nuestro tiempo. Pero hay otras crisis que pertenecen al interior de las personas y, también, de la Iglesia. Crisis de falta de fe en nosotros mismos y en lo que creemos, de inseguridad y debilidad para poner remedios y acometer los cambios necesarios. 

En el caso de la Iglesia, la tormenta perfecta se ocasiona cuando a la crisis de nuestra época se une a la tentación de responder a un "cambio de tiempos" (de nuevo, Francisco) sin cambiar nada, con viejas recetas que ya quedaron antaño periclitadas. Cuando abandonamos la estela luminosa que nos arrojaba el faro del concilio Vaticano II y queremos volver al rearme de todas las inmutabilidades, continuidades e inmovilismos, como se hizo en el Vaticano I. En lugar de andar sobre las aguas queremos drenar el mar, achicar la inmensidad de una época efervescente y trepidante. 

Por más que Jesús nos tienda la mano para que no perezcamos, por más que su voz aquiete el oleaje de nuestros miedos y pequeñeces, si pretendemos que todo está fuera de nosotros, que es el mundo el que se equivoca y solo nosotros estamos en lo cierto, si controlamos la gracia y el misterio con normas y rúbricas, como Jonás bajaremos "hasta las raíces de los montes", el agua nos envolverá y las algas se enrederán en nuestros cuerpos. No. El Jesús que amaina la tormenta viene de plantearse cómo actuar tras la detención del Bautista, ha sabido cambiar sus planes y está dispuesto a explorar una ruta incierta pero marcada por el Espíritu y no las ansias de seguridad. Va a ir a Jerusalén. Y, nosotros, como el Pedro titubeante, una vez más queremos salir de Roma para evitar la cruz. 

Habrá tiempo para sentir la paz de la calma y la serenidad del puerto seguro, pero ahora nos toca experimentar hasta los tuétanos el movimiento, la incertidumbre y el tambaleo de lo que parece va a hundirse. No podmos mirar hacia otra parte, porque el Señor que nos sacará de todas las crisis viene en medio de ellas, nos las sortea, las atraviesa y nos invita a caminar hacia la más decisiva de todas ellas, la de la cruz y la entega.

LECTIO DIVINA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: JESÚS Y SU IGLESIA

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