Por tierras del norte, pero también antiguamente en casi todos los pueblos de España, había una cruz en los cruces de caminos o indicando el término municipal, la cruz del término. Con un sentido "apotropaico", que quiere decir defensivo de epidemias y otros males, servía para indicar e informar que se había llegado a un determinado lugar y que había otros caminos si este no era tu destino. En el evangelio, hay también un camino que lleva a la cruz y otro que la evita, pero desde que Cristo se dirigió con determinación, fidelidad y generosa intención la dirección que marcaba hacia al cruz, no hay itineerario cristiano que la pueda eludir si no quiere dementirse y negarse a sí mismo.
LECTURAS
- Isaías (22,19-23)
- Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc
- Romanos (11,33-36)
- Mateo (16,13-20)
Este pasaje,
es la primera parte de un episodio, la llamada “crisis de Cesarea”. Aquí viene
la confesión por parte de Pedro de la identidad mesiánica de Jesús. En la
segunda parte, que se leerá el domingo próximo, la confesión de Simón se vuelve
renuncio y el elogio que Jesús le dispensa aquí, allí será un durísimo
reproche. Luego, tengamos a la vista la secuencia completa para comprender el verdadero
alcance de ambos momentos, el del reconocimiento y el de la defección. El
quicio entre ambos, como no podía ser de otra manera, es la cruz, la misión
completa de Jesús, que implica también sacrificio, como toda misión seria que
se precie. Y el eco o continuidad de la cruz, de la misión, es el seguimiento
completo, que incluye la confesión en la bonanza de Galilea y la fidelidad en
el desamparo de Jerusalén.
La pregunta
de Jesús no es como la que le solían hacer a él los fariseos, capciosa, con
doble sentido. Porque es la pregunta que Él también se está haciendo, que ya se
la hizo en el desierto, que se ha formulado cada día en su rato de oración al
raso: ¿quién soy y para qué estoy aquí? No es que Jesús ignore completamente su
ser y su sino. Pero cuando se trata de tan grandes preguntas, hay que
mantenerlas siempre abiertas y echarles un vistazo a todas horas. Hasta aquí,
Jesús ha ido encontrándose en lo que hacía, anunciar el Evangelio curando y
acompañando a sus discípulos. Su misión se identifica plenamente con su
experiencia de hijo del Padre y enviado de su Reino. Y Él se identifica
plenamente con su misión. También ha ido encontrando aquí y allá, chispazos del
rechazo que esa misma misión genera en la inercia y la costumbre de la fe
adormecida por la tradición y la pereza espiritual. Y eso mismo lo ha atisbado
en sus discípulos, y lo va a comprobar en el segundo tiempo de esta misma
secuencia. Por eso pregunta, lo hace por Él y por los que le siguen. El buen
maestro formula preguntas reales, que empujan a avanzar y crecer como el propio
Jesús va a hacerlo decidiéndose a ir a Jerusalén y aceptar su misión con todas
sus condiciones. Pero, aquí, ahora, cuando todavía no se ha invocado el
horizonte de la cruz, Jesús para Pedro y sus discípulos es vida, es curación,
es liberación… hay afirmación y reconocimiento, y Jesús lo prolonga con su
promesa a Pedro y a la Iglesia de que mientras haya fe en Él la generosidad del
Reino permanecerá en ella, si ella permanece en la fe completa, íntegra…
pasando también por el calvario.
Habiendo visto en Jesús el abismo de generosidad de Dios para con nosotros, la respuesta a su pregunta: ¿quién decís que soy yo?; siempre se queda corta. Además, sabemos que sólo con la vida le podemos responder, que no es un examen de teoría, que lo que de Él sepamos se convertirá en nuestro modelo de existencia, en la guía de nuestro comportamiento. Nos confiamos al Espíritu de Dios para que nos ayude a ser consecuentes con lo que hemos conocido de Jesucristo.
Jesús es el Hijo de Dios “vivo” porque, así lo veía Pedro, era capaz de comunicar vida a los que estaban en torno a él, a los que se encontraba, a sus amigos. En este domingo también recordamos aquellas Palabras de Jesucristo, “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
ResponderEliminar