Domingo 16 de agosto: XX de Tiempo Ordinario (Ciclo A)

 

El muro de Gaza, que separa esa franja palestina de Israel, bien pudiera representar, junto con otros muchos muros, alambradas y fronteras físicas, la división entre gentiles y judíos, esclavos y libres, hombres y mujeres, creyentes y ateos, personas de derechas y de izquierdas... porque la necesidad, el impulso de arrojar a las tinieblas exteriores al "otro", al que piensa o es diferente de nosotros, es antropológica, tanto como la capacidad de encontrar puntos en común y tender puentes. A la primera pulsión se le llama miedo, a la que lo supera, razón y compasión. La fraternidad nace cuando se supera el miedo que nos enfrenta y separa.

LECTURAS

  • Isaías (56,1.6-7)
  • Sal 66,2-3.5.6.8
  • Romanos (11,13-15.29-32)
  • Mateo (15,21-28)

Ya hemos ido viendo que el evangelio de Mateo tiene como una de sus claves, la universalidad del Reino: el amor de Dios está destinado a toda la humanidad. Precisamente así interpretan algunos ese “por muchos” que Jesús dice en la Ultima Cena y que se repite en las palabras de la consagración eucarística del vino en la misa. Una multitud que va más allá del horizonte judío. Y esto era mucho pedir para la fe tradicional de Israel, incluido también el judío Jesús, formado en la convicción de que el Pueblo de Dios es Israel. Pero Jesús, que también es hombre, puede y debe aprender, y aquí la maestra que le enseña es una mujer y extranjera. La fe de esta gentil es tan honda y amplia como lo debiera ser el destinatario de la bondad de Dios: “¡qué grande es tu fe!” ¿Cómo iba a ser el amor de Dios más pequeño que la fe de esta mujer? Si Jesús aprendió las bienaventuranzas mirando los rostros de la multitud, ahora incorpora a los rasgos de su misión el verdadero alcance de bien prometido: para Dios solo hay hijos y todos pueden comer de su mesa.

Mateo, como Pablo, nunca dejó de ser judío, ni tampoco Jesús. Pero la fe en el Reino que Cristo realizó con su vida y San Pablo testificó con la suya, abrió la comprensión de la fe en la común filiación -todos somos hijos de Dios- al compromiso por la fraternidad universal: todos somos hermanos. Y así, de lo próximo -nuestra identidad nacional, religiosa y cultural- somos invitados a abrirnos a lo más amplio y abarcador, a lo que nos integra en una sola familia y un solo porvenir.

LECTIO DIVINA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: PERROS E HIJOS

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