LECTURAS
- Zacarías (9,9-10)
- Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14
- Romanos (8,9.11-13)
- Mateo (11,25-30)
Comparte Mateo con Lucas (a esto los biblistas lo llama la fuente Q, lo que Mateo y Lucas tienen en común y Marcos desconoce) esta preciosa oración de Jesús. Es cierto que, como ya dijimos en el comentario del domingo VII de Pascua, en el capítulo 17, Juan tiene una larguísima oración de Jesús, conocida como la oración sacerdotal. En ella podemos encontrar algún paralelismo con esta mucho más concisa y sobria de Mateo y Lucas. El contexto en el que Lucas pone la misma oración que leemos aquí es más amable y esperanzador: una revisión de vida de Jesús con sus discípulos para valorar la misión que ellos acaban de cumplir por encargo de su Maestro. Es un contexto de evaluación positiva en la que Jesús, emocionado, se identifica con los que ha enviado y les ayuda a comprender que trabajan para una misión más amplia y duradera. Por el contrario, Mateo, sin perder el tono apasionado de gratitud y alabanza de Jesús para con el Padre bueno y su condescendencia educadora para con sus hijos, coloca esta plegaria en un contexto muy diferente, más desazonador. Los discípulos de Juan le han preguntado si él es el que ha de venir. Jesús les responde con sus hechos: “los ciegos ven, los cojos andan y a los pobres se les anuncia una Buena Noticia”. Y, cuando los enviado de Juan se marchan, Jesús comunica a la multitud su contrariedad: ¿cómo puede obviarse la interpelación que suponen el mensaje y la vida profética del Bautista? ¿por qué ignora y desecha la gente lo bueno que él y el propio Jesús les ofrecen…? Pero, ante esas preguntas, que son un triste lamento de Jesús por la suerte de su pueblo, no prevalece la amargura, el misterio de la acción de Dios rompe los nubarrones de una constatación más bien pesimista: Dios enseña su verdad a los sencillos. Dios enseña directo los corazones y soporta compasivo las pesadumbres que sufren sus hijos. La última palabra de la evaluación de la misión de Juan y del Jesús, como de sus discípulos y la Iglesia, no puede reducirse a números y resultados cuantificables. Dios habla quedo a quien con mansedumbre se deja aconsejar.
Gratitud, gratitud por esa íntima enseñanza que el Padre nos comunica con solo cerrar los ojos y escuchar nuestro corazón, leer atentamente la memoria, contemplar los rostros amados, descubrir los doloridos, emprender el sentimiento compasivo. Gratitud que es sabiduría y salud plena. Y que solo requiere para sentirla dedicarle algo de nuestro tiempo.
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