Domingo 12 de julio: XV de Tiempo Ordinario (Ciclo A)

(Benjamín Palencia, "Castilla": 1968) A retales, así estamos hechos, unos heredados, otros copiados, los menos de cosecha propia. El buen Jesús lo sabe y nos anima a elegir las mejores porciones de nuestro ser para de dar, servir y entregarnos.

LECTURAS

  • Isaías (55,10-11)
  • Sal 64,10.11.12-13.14
  • Romanos (8,18-23)
  • Mateo (13,1-23)

Hubo un tiempo en el que el Cristianismo no se llevaba bien con la evolución y, sin embargo, las parábolas de Jesús, empezando por la del sembrador, hablan de cambio, progreso, proceso... de cómo las cosas importantes son fruto de una laboriosa historia de crecimiento y maduración. Para la fe, el motor de esa evolución de todo hacia Dios es el Espíritu, por el que nos atrevemos a esperar que todo puede ser mejor, más bueno, más justo y sincero.

Las parábolas de Jesús solo aparecen en los evangelios sinópticos, Juan no tiene parábolas. Mateo y Lucas son los evangelios con más parábolas, una treintena. En el caso de Mateo, aunque están diseminadas por todo el evangelio, hay una gran colección de parábolas que arranca del final del capítulo 12 y abarca todo el capítulo 13. Ahí nos encontramos. La parábola del sembrador puede ser leída de un modo más plano y moralista: hay terrenos buenos y malos. O de manera más transversal e integradora: todos tenemos malos y buenos terrenos para aceptar la Palabra de Dios. En cada etapa de vida puede prevalecer uno u otro tipo de actitud ante el anuncio del Reino. Pero, en ambos casos, lo importante sigue siendo la variedad y la posibilidad de trabajar para ofrecer al Dios que siembra sin cesar la fecunda tierra donde puede fructificar su Buena Nueva. 

Igualmente, conviene poner nuestra atención, como así lo hace Mateo, sobre el hecho de que Jesús enseñó por medio de parábolas. Pues se trata de una fórmula de enseñanza muy especial. Las parábolas no son exposiciones doctrinales, argumentos teológicos, ni preceptos morales. Estas breves narraciones, siempre con su elemento de sorpresa, pretenden despertar en nosotros un tipo de atención, un interés especial, creciente como cambiante es la situación que narran. Por eso se trata de una metodología de enseñanza propicia para la iniciación espiritual, que no se dirige solamente, ni en primer lugar, a la razón, sino a otra dimensión de nuestras personas, la inteligencia espiritual, aquella que capta la realidad como una totalidad, el tiempo como una oportunidad, nuestras vidas como un proceso de permanente aprendizaje y crecimiento. En otros discursos de este evangelio, Jesús enseña en diálogo con la Escritura, o prescribe normas de comportamiento para su comunidad. Aquí, el buen maestro espiritual y acompañante vocacional que es Jesús, pretende crear en nosotros una admiración y atracción que movilicen nuestra voluntad para iniciar un camino que solo el mismo Jesús nos puede mostrar, pero que a nosotros nos toca recorrer.

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