Domingo 2 de agosto: XVIII de Tiempo Ordinario (Ciclo A)


Entre el agobio de la multitud y la huida a la soledad, la opción del pescador de hombres pasa por responder primero a las necesidades de las personas, saciar el hambre, acompañar la soledad, acoger en lugar de marginar o despreciar. Ya habrá tiempo para la calma y la tranquilidad, ahora hay que faenar.

LECTURAS

  • Isaías (55,1-3)
  • Sal 144
  • Romanos (8,35.37-39)
  • Mateo (14,13-21)
Han arrestado al Bautista, Jesús se replantea su misión, necesita soledad para discernir, tranquilidad para escuchar con más claridad la voz del Padre. Pero las necesidades son acuciantes, el hambre inaplazable. Ante la urgencia de las carencias y sufrimientos de la multitud se impone dar respuestas y comprometerse a fondo por la dignidad y la solidaridad con los más necesitados. No hay liturgia ni espiritualidad cristianas, que puedan escamotear esta llamada de  Dios para socorrer con ternura las indigencias de nuestros hermanos, tampoco se trata de una disyuntiva: contemplativos o activos, espirituales o comprometidos. Porque la espiritualidad más auténtica del cristianismo, la que hunde sus raíces en la propia experiencia del Señor, es indisociable del encuentro con el hermano y del amor que prodiga cuidados y busca soluciones a los problemas de la humanidad sufriente.

Nuestras celebraciones y nuestros momentos de adoración y contemplación hacen resonar con más fuerza el grito de los que nos necesitan. Nuestro compromiso, las mil y una iniciativas solidarias que emprendemos en nombre del Evangelio, solo alimentan y curan sin están empapadas del encuentro cotidiano con la Palabra, el silencio y el rostro de Cristo reflejado una y otra vez en el prójimo. Una fe sin compromiso está muerta. Un compromiso sin espiritualidad está hueco y acaba por secarnos el corazón.

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