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LECTURAS
- Jos 5, 9a. 10-12. El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua.
- Sal 33. R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
- 2 Cor 5, 17-21. Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo.
- Lc 15, 1-3. 11-32. Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.
En nuestro itinerario cuaresmal, la parábola del hijo pródigo, tras haber compartido con Jesús su decisión en favor de un mesianismo teocéntrico y servicial frente a las tentaciones del triunfalismo y la auto referencialidad; luego de contemplar la transformación que Jesús y los discípulos experimentan en la Transfiguración como anticipo y sentido de la vida que vencerá el odio y la muerte; después de la advertencia de que la conversión no es necesaria sólo para los pecadores rematados, sino para todo seguidor que quiera dar fruto... viene ahora el contenido al que apuntan la decisión, la transformación y la renovación de nuestra conversión permanente: el amor. Un amor que se concreta en el perdón y nos permite reencontrar nuestra identidad y vocación más profundas, la de hijos y hermanos entrelazados por la misericordia. Un amor que como nos decía muy acertadamente nuestro obispo electo en su mensaje de saludo a la diócesis, tiene rostros y nombres. Es el reencuentro de la concreción, realismo y cotidianidad del amor verdadero, como el que Dios nos tiene, como el que Jesucristo nos propone.
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