LECTURAS
- Jer 17, 5-8. Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en
el Señor.
- Sal 1. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
- 1 Cor 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
- Lc 6, 17. 20-26. Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros los ricos.
Las bienaventuranzas tienen su contrapunto en las serias advertencias contra las actitudes y situaciones que las expulsan o imposibilitan: la riqueza, la saciedad, la alegría irresponsable, la autocomplacencia fatua y estresante. Aunque el propio Cristo nos connminó a no maldecir (Lc 6, 28; Rm 12, 14), estas admoniciones tienen el tono de auténticas maldiciones. Sin embargo, leídas tras las bienaventuranzas, los "ayes" que las siguen, más que profetizar calamidades y castigos, señalan las consecuencias que se desprenden de una vida cerrada sobre nosotros mismos, en una orientación circunflexa que nos impida reconocernos parte de una misma humanidad, solidarios de una historia común. La riqueza que da la espalda a la miseria -cuando no se debe a ella-; la necedad de creer que lo que tenemos y sabemos puede colmar todas las expectativas de pleno cumplimiento de nuestras vidas; la felicidad que ignora sin compasión el sufimiento de los demás; la búsqueda permanente de aprobación y alabanza, todas esas opciones equivocadas son causantes de un señuelo de la verdadera bienaventuranza, la que sólo se alcanza por el camino del amor y bajo el arco de la gracia de Dios. Sin la sabiduría y la espiritualidad que permiten descubrir y gozar la verdadera e imperecedera dicha, bienaventuranzas y malaventuranzas son incomprensibles. Es la sabiduría y la espiritualidad del don y la fe, la generosidad y la comunión con Dios y entre nosotros, las que dan sentido a las unas y medida de las otras, las que debiéramos intentar sortear con una apuesta decidida por Dios y su propuesta de felicidad.
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