LECTURAS
- Isaías 35, 4-7a
- Sal. 145, 7. 8-9a. 9bc-10 R/. Alaba, alma mía, al Señor
- Santiago 2, 1-5
- Marcos 7, 31-37
Aquél hombre que se benefició de la fuerza curativa de Jesús y del sentido misericordioso que la animaba, no podía callar lo que había vivido, porque le había cambiado la vida y a mejor, porque le habían hecho caso y para vivir mejor. Los que seguimos a Jesús debemos contar en nuestro haber con otras tantas experiencias de su amor sanador y su presencia revitalizadora, de su palabra que ilumina el sentido de lo que somos y su llamada que nos da una misión con la que dotar de contenido y esperanza nuestros días y nuestros años. Y si es así, si también nosotros como aquella persona curada, hemos vivido la fuerza, la paz y la misericordia que Jesús transmite, ¿a qué esperamos para comuniarlo?, o ¿por que no lo comunicamos con mayor convicción y credibilidad? Es hora de hacer recuento agradecido de lo que ha supuesto para nosotros creer en Jesucristo y sólo así será también oportuno anunciarlo con palabras y obras, coon la eficacia de quien da lo que tiene y comunica lo que ha vivido y, más aún, lo que nos hace vivir de verdad.
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