DOMINGO 9 DE JUNIO: X DE TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 
Ya lo dijo Isaías: "Mirad voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43,19) Con Jesús y su Reino de Dios, se trata de algo nuevo y como todo lo nuevo cuesta reconocerlo, aceptarlo. Se trata de novedad y del rechazo que suele desperatar todo lo nuevo, todo lo que rompe nuestra mente acostumbrada a lo familiar, nuesta pereza para nuevos caminos, nuevas ideas, iniciativas inéditas. Es el ir contra corriente que tanto menciona el papa Francisco y que resuena como fruto logrado en Ap 21:5, pero que aquí es todavía sólo una semilla que está brotando.

LECTURAS

  • Génesis 3, 9-15
  • Sal. 129, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8. R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
  • II Corintios 4, 13–5, 1
  • Marcos 3, 20-35

Marcos subraya a lo largo de su evangelio la línea ascendente de la incomprensión que va suscitando la misión de Jésus. En contraste con las muchedumbres que se agolpan interesadas por la novedad de la predicación del profeta de Nazaret y por su curaciones milagrosas, los escribas, los fariseos, pero también la familia de Jesús y, progresivamente, sus discípulos, reaccionan con incomprensión ante la radical originalidad del Evangelio del Reino de Dios. Porque este reinado de Dios, frente al del poder y la fuerza, con su rompiente visión del Dios misericordioso, con la libertad y madurez que concede a la fe y la exigencia de una vida abierta a la gracia y empeñada en el amor compasivo, contrasta con el Dios temible del castigo hasta la séptima generación y con la fe viciada por el trueque interesado entre nuestras obras y su amor. Por eso, lo único imperdonable es que no reconozcamos el bien y el don que nos salvan para encastillarnos en una falsa seguridad, la de nuestro yo que, por más que queramos, no es tan fuerte como para que no pueda ser usurpado y expropiado por falsos dioses, incluido el del propio ego. La blasfemia contra el Espíritu Santo, que, a costa de nuestra libertad soberana, llega incluso a ponérselo difícil a Dios, en su deseo de perdón, es el displicente desprecio de la mano que se nos tiende sin pedirnos nada a cambio. También se le llama ingratitud, pero, sobre todo, es una forma imperdonable de necedad ensoberbecida que no sabe reconocer el bien cuando pasa por su puerta.

LECTIO DIVINA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

COMENTARIO EVANGÉLICO DE J. A. PAGOLA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA

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