LECTURAS
- Apocalipsis (11,19a;12,1.3-6a.10ab)
- Sal 44,10bc.11-12ab.16
- I Corintios (15,20-27a)
- Lucas (1,39-56)
El evangelio de Lucas, el evangelio mariano por excelencia, por ser el evangelio que busca las raíces históricas de Jesús, pone a la Virgen María en relación con la tradición profética. El Magnificat es la expresión de alabanza y confianza en la acción liberadora de Dios. Se trata de una apuesta -la de Dios- para recomponer lo que la ambición y la avaricia han destruido: la dignidad de todos los seres huanos, la profunda fraternidad que, más allá de la igualdad y el respeto, nos lleva a la compasión y mutuo reconocimiento de los que son hermanos. Por eso hay que nivelar, deshacer entuertos que generan opresión y tender la mano para los que se han llevado la peor parte de este perverso estado de la convivencia social.
María, creyente y orante, ve su maternidad y la vida de su Hijo, dentro de esa historia de salvación y liberación que Dios lleva a cabo, ahora, con su propia participación como madre del Salvador y primera discípula del Buen Pastor, con el que Dios ha querido llevar a la máxima cercanía su voluntad de vida para toda la humanidad. La Asunción, junto con la Inmaculada Concepción, es la fórmula, la imagen y el ideal, con los que la Iglesia reconoce esta participación de la Virgen María en la acción de Dios. Pero, también significa una proyección universal y humanizadora de dicha acción sobre todos los hombre y mujeres que la acogen y, como María, serviciales y confiados, se entregan a ella. Con toda la Iglesia y, especialmente, con los que puden identificarse mejor con los que Dios eleva, sana y recupera, con los pobres, oprimidos y marginados, alabamos a la Madre de Dios Hijo.
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