LECTURAS
- Daniel (12,1-3)
- Sal 15,5.8.9-10.11
- Hebreos (10,11-14.18)
- Marcos (13,24-32)
Si Jesús habla del juicio final, del fin de los tiempos, es porque tiene una mirada puesta en la realidad que vive, en la vida de los hombres y mujeres de su tiempo, pero sin perder de ojo el horizonte hacia el que apuntan todas las horas y minutos: la realización plena de la voluntad de Dios, el cumplimiento de su deseo de vida en abundancia, justicia para las víctimas, paz para los avasallados, amor para los descartados. Jesús sabe que muy próximo a su propio final mortal, el de la cruz, está el desarrollo inevitable de los acontecimientos sociales y políticos que culminarán con un cataclismo: la destrucción de Jerusalén, la desaparición por dos mil años del pueblo de Israel. Para los judíos, un auténtico fin del mundo, de su mundo que ellos solo podían ver como el mundo que Dios juzgaba y sentenciaba. Por eso, la visión de un futuro a corto plazo (los acontecimientos del año 70) y otro futuro definitivo, que confirmara la soberanía última de Dios, suponía también un análisis crítico de su tiempo presente. Esa mirada crítica del presente era una invitación a la conversión y la apuesta por el cumplimiento de la alianza con Dios que, desde siempre, exigía misericordia con los débiles, solidaridad con los pobres y una vida auténtica, sincera, humilde e identificada con Dios. Esta apocalíptica, que no se limita a lo que está por venir, sino que arranca del compromiso por un presente mejor para todos, es la que nos pueda ayudar a motivar y encuadrar en nuestro propio momento histórico, el compromiso activo en favor de los desfavorecidos, tal y como nos lo propone la Vª Jornada Mundial de los Pobres.
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