LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles (1,1-11)
- Sal 46,2-3.6-7.8-9
- Efesios (1,17-23)
- Marcos (16,15-20)
La presencia de Cristo resucitado en su comunidad, a través de los dones que reparte el Espíritu Santo, latente en el testimonio de los cristianos, pujante en la acción educadora y misionera de las parroquias extendidas por todo el mundo, silente en la oración de contemplación, desbordante en la alegría de la vida comunitaria, continúa el tiempo de la misión en Galilea y la consumación en Jerusalén. Es nuestra hora, es nuestra responsabilidad, el tiempo presente con sus posibilidades y sus retos. Puede que no sea de forma apabullante, pero la constancia de nuestras comunidades, el tesón de nuestras catequistas, la creatividad y generosidad de la acción caritativa nos siguen uniendo a Cristo y siguen respondiendo a su envío. No es hora de triunfalismos, nunca lo fue. Pero tampoco de un amargo derrotismo. No se trata de reeditar tiempos pasados, liturgias y mensajes encorsetados en una tradición malinterpretada como inmovilismo, arqueología de museo, por entrañable que sea amar lo nuestro y respetar lo heredado. Pero la voz del resucitado enviándonos a enfrentar serpientes y venenos, nos impulsa para que seamos contemporáneos de aquellos a los que quisiéramos ofrecer la vida nueva del Evangelio. Acogida, ternura, solicitud para con quien sufre, comprensión para el cansancio y las heridas, ilusión por el futuro que tienen el amor y la fraternidad, esas son las señales con las que hoy podremos anunciar a Cristo resucitado, el único que tiene palabras de vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario