Entre los sembrados que ya verdean y el barbecho que es todo esperanza, el camino asfaltado se acaba y comienza el de tierra dura pero todavía moldeable, así es la familia, que tanto recibe de los que nos precedieron, pero que, sin embargo, está siempre por hacer. Y al fondo el horizonte, amplio y azul, hacia el que juntos vamos y que le da sentido a los sacrificios y opciones de la travesía.
LECTURAS
- II 4,8-11.14-16a
- Sal 88,2-3.16-17.18-19
- Romanos (6,3-4.8-11
- Mateo (10,37-42)
Como dicen en alguna ocasión los discípulos a Jesús: es duro este lenguaje, quién podrá resistir. Pero en el Evangelio, tan importante como lo que Jesús dice es dónde y cuándo lo dice, a quién destina esa determinada enseñanza. Todo el capítulo 10 de Mateo es una enseñanza destinada directamente a los discípulos para ser enviados a la misión, que es la misma que la de Jesús: anunciar el Reino. Sin caer en literalismos que ahogarían el espíritu de estas recomendaciones para los que tendrán las mismas responsabilidades que el propio Jesús, veamos en ellas el fondo y la meta más que su concreción particular. El fondo es la llamada de Jesús al discipulado, en la que se prolonga la propia llamada de Dios a la que Jesús ha respondido con su vida toda. Se trata, pues, de una escuela de seguimiento profético, el que llevan a cabo los que se prestan a colaborar con Dios en su deseo de hacer llegar a toda la humanidad su amor. Sin necesidad de violentar el cuarto mandamiento que nos dice que honremos al padre y a la madre, o cuidar de los hijos; sin invitarnos a un victimismo martirial, sí que, en cambio, nos lanza a poner la misión en la cumbre de nuestras opciones y a vivirla con la integridad y apasionamiento propios del afecto más natural y sagrado. Por eso, lo que se empeña en esfuerzo y sacrificios, como ocurre también en la familia, se recupera en crecimiento y felicidad, se gana la vida entera al entregarla entera.
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