LECTURAS
- Is 62, 1-5. Se regocija el marido con su esposa.
- Sal 95. R. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
- 1 Cor 12, 4-11. El mismo y único Espíritu reparte a cada uno en particu
lar como él quiere.
- Jn 2, 1-11. Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná
de Galilea.
Sólo siete y nada más que siete milagros hace Jesús en el Evangelio de Juan, que los llama, a los milagros, signos. Porque los milagros son signos de aquello que motiva toda la acción de Cristo: manifestar el amor de Dios que nos ofrece una vida nueva. El vino que sustituye al agua de las abluciones rituales de los judíos, es la nueva alianza, la sangre misma de Cristo, que sostendrá su misión y será derramada como fuente de agua viva en la cruz. Los esponsales que sirven de pretexto para esta obertura de la acción reveladora del que es palabra hecha carne, nos habla del íntimo vínculo de amor entre el Hijo y Dios: Padre y Espíritu. Pero son también las nupcias de Dios con la humanidad, pues no otra cosa que la participación en esa íntima comunión de Dios es lo que Jesús viene a compartir con nosotros. Agradecemos a la virgen María, madre tan solícita como atenta, que inste a Jesús a este gozoso principio de su obra reveladora. Y, de paso, nos advertimos de que la fe no puede vivirse sin alegría, pues mientras esté el novio con nosotros es tiempo de celebración y dicha.
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