DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE: I DE ADVIENTO (CICLO B)

 
(Peter Zumthor, Museo Columba, Colonia, Alemania) Sobre una añeja construcción, con arcos ojivales que nos hablan de un pasado luminoso, pero pasado, la nueva construcción encuentra otras formas de abrirse a la luz, de combinar los materiales y de convertir lo heredado en respuetas funcionales para el presente sin perder lo que le da sentido: acoger al que llega y abrirse al mundo en el que está. Así, también la Iglesia.

LECTURAS

  • Lectura del libro de Isaías (63,16b-17.19b;64,2b-7)
  • Sal 79,2ac.3b.15-16.18-19
  • Corintios (1,3-9)
  • Marcos (13,33-37)

La esperanza no mira solo hacia el futuro, de hecho, para poder mantener la mirada abierta más allá del peso del presente y las incertidumbres de lo por venir, se requiere empezar por prestar atención a lo que ya pasó y no quitarle ojo a lo que te rodea: tener conciencia de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí. Tanto Isaías (Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él), como Pablo (En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús), hacen memoria y encuentran en los días pasados motivos de acción de gracias, que serán otras tantas razones para abrir los ojos y otear indicios de esperanza. Pero, también en el presente, por oscuro que pueda parecernos a veces, la esperanza puede encontrar alimento. Isaías reconoció la acción de Dios en su tiempo no menos aciago que el nuestro (Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos) y Pablo también supo leer en la realidad de sus comunidades, tan frágiles y ambivalentes como las nuestras, el paso liberador de Dios: De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

El breve, conciso y esencial evangelio de Marcos, a pesar de que es muy realista, casi hasta el extremo, hace que Jesús vaya pespunteando con todos sus pasos y sus andanzas, un recorrido único y decisivo, que solo podemos verlo con una mirada profunda, que ve más allá de la inmediatez. Por eso, aunque no se engañe el maestro de Nazaret con la debilidad de sus discípulos, ni con la volatilidad del aplauso de las masas, ni siquiera con la gratitud de los beneficiados por su acción sanadora, practica Él y nos invita a practicar a todos una prospección de los hechos, para ver tras sus aparentes durezas y fracasos un sentido que los trasciende y eleva.

En esta hora difícil para la evangelización, con una Iglesia tentada de dar respuestas que ya resultaron antaño estériles, es más necesaria, si cabe, esa visión que anticipa lo imposible porque atiende, con suma responsabilidad, a lo que vivimos aquí y ahora, a esta sociedad y no a la España del siglo XVI o de los años cuarenta, cuando se impuso un cristianismo triunfal pero no triunfante, pues haciendo caso omiso a la realidad, difícilmente se vencen las dificultades ni se labra un futuro. Así pues, la vigilancia que el Señor nos recomienda deberá mirar con tanta atención hacia nuestra biografía pasada e irrepetible, como tener en cuenta esta hora presente que nos pertenece y en la que Dios nos sigue moldeando. Solo así, lograremos vislumbrar, a pesar de oscuras brumas, al dueño y señor de todas nuestras estancias.

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